El debate sobre el espacio urbano

Civilizar la ciudad

Debemos aspirar a que Barcelona sea una urbe donde todo sueño sea posible, pero no aquella donde todo comportamiento sea posible

Manteros con zapatillas falsificadas en Barcelona

Manteros con zapatillas falsificadas en Barcelona

FRANCISCO LONGO

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Vuelve el top manta al Port Vell como vuelven, una y otra vez, los problemas de gestión del espacio urbano a una ciudad grande y compleja como Barcelona. El espacio urbano es el escenario donde se libran las batallas más importantes de la gobernanza de una ciudad. Es, también, el ámbito en que los ciudadanos podemos evaluar con más tino la calidad del gobierno local porque en él la capacidad de intervención de quienes gobiernan, su posibilidad de influir sobre la realidad y, por lo tanto, sus responsabilidades son más directas y evidentes.

Sobre el espacio urbano se actúa, por ejemplo, poniendo nombre a las calles y plazas o dotándolas de elementos simbólicos. Tiene su aquel, y da para mucho debate en los medios, pero esa es la parte fácil del trabajo. Otras partes, como el caso de los manteros, son mucho más desafiantes. Obligan a arremangarse y perseguir resultados que, en los entornos económicos y sociales de nuestro tiempo, cuesta alcanzar. A veces, aunque difíciles, son resultados bastante tangibles: la limpieza, la movilidad, la accesibilidad o la seguridad, por ejemplo. Otras veces, lo son menos, como evitar que algunos capturen lo que es de todos, mediar con equidad entre los intereses en presencia o equilibrar el uso económico de la ciudad con la calidad del entorno y el bienestar de quienes la habitan. Son esta clase de resultados los que tienen un carácter más acusadamente civilizatorio.

SERVICIOS DE CALIDAD

Para afrontar los retos del primer tipo, el buen gobierno exige intervenir en el campo que más espontáneamente asociamos a la acción de gobernar: la producción de servicios públicos de buena calidad. Por ejemplo, la recogida de basuras, el mantenimiento de calles y parques, el transporte público o la introducción de tecnologías asociadas a eso que se ha dado en llamar ciudades inteligentes. Pero para obtener buenos resultados en los del segundo tipo, es preciso activar eficazmente, sobre todo, las otras dos formas clásicas de gobierno: producir normas que aseguren una buena convivencia y hacerlas cumplir (regulación) y crear impulsos e incentivos para conseguir que otros actores, individuales y colectivos, actúen de un modo que redunde en la creación de valor público (promoción).

El problema de los manteros es de esta clase. También lo son otros retos importantes como el proteger el patrimonio público, el hacer compatibles los diferentes modos de moverse en el espacio urbano o el ordenar la presión turística de un modo que la ciudad no se vuelva invivible. En definitiva, son de esta clase los grandes desafíos y asignaturas pendientes de Barcelona. Y no es neutral la orientación con que se actúa sobre ellos. Por el contrario, responde a diferentes opciones de política urbana que es deseable que se confronten en el debate público. En mi opinión, civilizar el espacio urbano de nuestra ciudad está exigiendo del gobierno municipal acciones urgentes de dos órdenes diversos.

LOS REFERENTES BÁSICOS

Por una parte, es necesario imponer en el uso de la ciudad normas conocidas y respetadas. Barcelona es –y debe seguir siendo- una ciudad amable, abigarrada, diversa, mediterránea, acogedora, lúdica y multicultural. Pero no debe ser todo eso al precio de disolver los referentes básicos que nos permiten convivir, entre nosotros y con quienes nos visitan, de un modo razonablemente satisfactorio para todos.

Debemos aspirar a ser la ciudad donde todo sueño es posible, pero no aquella donde todo comportamiento es posible. La anomia creciente en los usos aceptables de la ciudad, la tolerancia al incumplimiento de las reglas, los episodios de captura de trozos del espacio urbano por tribus autóctonas o foráneas en detrimento del uso común, no pueden ser el precio que pagamos por nuestra voluntad de seguir siendo lo que queremos ser, para nosotros mismos y para quienes nos visitan.

CIUDADANOS VULNERABLES 

Y tanto las normas de uso de la ciudad como la garantía de su cumplimiento efectivo deben beneficiar especialmente a aquellas personas y grupos sociales que disponen de menos poder para hacer valer sus demandas. Por eso –y este es, en mi opinión, el segundo eje civilizatorio que urge aplicar al espacio urbano- el canon con que regulamos los usos de lo que es de todos debe construirse a partir de las necesidades de las personas mayores y los ciudadanos con capacidades limitadas.

Por poner un ejemplo –solo uno, pero nada menor- la apropiación de las aceras por motoristas, ciclistas y patinadores amenaza con expulsar del espacio urbano a quienes debieran ser sus usuarios mejor protegidos. Por este camino, llegará a decirse que Barcelona –parafraseando la película de los hermanos Coen- "no es ciudad para viejos". No debiéramos consentirlo. Nos convendría recordar que las ciudades son espejos que nos muestran lo que somos quienes las habitamos.