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Ciudadanos de Poniente

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MIKEL LEJARZA

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Hay evidencias que no conviene negar. Es evidente, a tenor de los datos, que los jóvenes están cambiando el consumo audiovisual tradicional de sus padres y abuelos, por el video 'on line'. El grupo de edad 15/29 años ha reducido a la mitad su tiempo de consumo de TV entre 2011 y 2016: de más de tres horas al día a una hora y media. Las nuevas generaciones se han acostumbrado a no tener que esperar para ver cualquier contenido que quieran consumir y la duda reside en saber si cuando se vuelvan adultos volverán a usar el mando del televisor, se sentarán en el sofá y apagarán sus dispositivos móviles a la espera de que se les ofrezca su programa favorito a la hora y en el día que un avispado programador decida hacerlo. Hay quien dice que sí, porque de mayor bastante tienes con sobrevivir y se agradece que te den los menús lo más condimentados posible. Otros consideramos que quienes han crecido con las pantallas conectadas en brazos, ya nunca repetirán los usos y costumbres de sus padres.

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Pero el asunto no solo es cuestión del negocio, sino algo más relevante y que nos afecta a todos. Porque si lo que se imponen son las nuevas formas de SVOD tipo Netflix o Amazon, eso acarreará un aumento del dominio de los contenidos originados en EEUU que son los únicos que compiten globalmente; y esto significa que los jóvenes de hoy están expuestos a muchos menos contenidos locales frente a una abrumadora oferta global, preferentemente norteamericana. De ahí que haya voces que se muestren preocupadas por el impacto a largo plazo que este proceso tenga en la identidad cultural de los países. La respuesta está en la razón de ser de los grupos de comunicación públicos, porque es a ellos a quienes se les exige velar por los contenidos locales que trasmitan la cultura, los valores y las costumbres de sus ciudadanos más cercanos. Hay ejemplos excelentes de ello.

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La BBC, siempre mencionada cuando de televisión de calidad se trata, es una de las mayores fábricas de contenidos de ficción del mundo y gracias a sus series han logrado expandir muy positivamente la marca de su país por todo el planeta. En Francia, su costosa política de apoyo al cine francés sigue logrando que en un mundo en el que su idioma sólo lo hablan prácticamente en su país, su cine continúe contando buenas historias más allá de sus fronteras. En nuestro entorno, el duplicado sector público, y pese a contar con un idioma universal, es en la práctica más gubernamental que público y sus productos, salvo excepciones, no pasan por ser los de más calidad.

Según 'Digital TV Europe', se espera que Netflix llegue a 128 millones de abonados en el 2022, siendo para entonces mayoritarios los clientes internacionales a los abonados norteamericanos. Con esos datos se estiman unos ingresos de más de 14.000 millones de dólares anuales para la compañía. Difícil competir contra eso. Lo que hay detrás de esta realidad no solo es un nuevo mapa audiovisual, sino una sociedad con hábitos culturales diferentes. Que ese futuro sea mejor para todos e incluya lo nuestro en un mundo global, pasa por mejorar lo que hacemos hoy. O eso, o abandonaremos nuestras plazas para convertirnos en ciudadanos de Poniente.