Al contrataque
Ciudad viva
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Les voy a intentar convencer de algo quizá ingenuo: el ruido que ha envuelto la emisión del documental 'Ciutat morta', de Xapo Ortega y Xavi Artigas, no es síntoma de ninguna decadencia sino, al contrario, de una sociedad que empieza a emerger de su propia vergüenza. Barcelona vive desde el sábado una catársis inédita por culpa de algo tan viejo como emitir un documental por televisión. 'Ciutat morta' es, sin duda, escalofriante y es lógico e inevitable el sentimiento general de indignación que ha despertado: no hay nada más repulsivo que el abuso del poder contra inocentes, y la ocultación sistemática de pruebas. Pero si analizamos los restos del naufragio veremos que no es porquería todo lo que reluce. Porque el documental se emitió de mala gana y tarde, cierto, pero se emitió, gracias a una pregunta de David Fernàndez en el Parlament. Conclusión: se ratifica la bendición que supone para la política catalana la llegada de las CUP.
La burda argucia de difundirlo por un canal secundario desembocó en audiencia estratosférica. Conclusión: el programador ya no influye, el poder lo tiene el espectador. Los partidos de izquierdas que gobernaban entonces el Ayuntamiento han quedado desnudos y como cómplices activos o pasivos del horror. Conclusión: el escándalo obliga a unos partidos exigentes con los demás a serlo primero consigo mismos.
El alcalde Trias, que al día siguiente reconocía no haber visto el filme, se ha añadido a la lista de políticos que van por detrás de los acontecimientos. Conclusión: el documental ha servido para fiscalizar el poder. Un juez que intentó censurar una película como si estuviéramos en una república bananera vio cómo el fragmento prohibido fue rápidamente 'viralizado'. Conclusión: censurar hoy solo sirve para provocar más audiencia.
El fin del oasis barcelonés
El periodismo que se puso de perfil ante la tragedia ha hecho una mirada introspectiva para entender qué pasó y algunos, como Jordi Basté o Mònica Terribas, han tenido la valentía de hacer autocrítica. Conclusión: el caso obligará al periodismo 'mainstream' a revisar la forma en que se tratan algunos casos. Y esta Barcelona que a menudo se nos presenta como una postal de cartón piedra aparece, tras el documental, como una ciudad inquietante con más preguntas que respuestas. Conclusión: 'Ciutat morta' supone el fin del oasis barcelonés. Se acaba la postal turística y empieza la ciudad normal, con sus luces y sombras. A Patricia Heras nadie le devolverá la vida y al agente difícilmente nadie le devolverá la movilidad. Pero tras la rabia, emerge una sociedad que al menos ha sabido empezar a transformar este horror en una especie de purificación. Cierto, no vivimos en ningún paraíso, pero probablemente hoy somos mejores que hace un año, un mes o incluso una semana. Pese a todo, vivimos en una ciudad viva.
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