Las propuestas urbanísticas
La ciudad, la gente y la revuelta
Oriol Bohigas
Arquitecto
ORIOL BOHIGAS
Cualquier tema de gran alcance social es una vivencia en transformación. Nuevos análisis, nuevos contenidos, nuevos métodos, nuevas angulaciones críticas. No solo porque la realidad cambia, sino porque con el análisis crítico se incorporan visiones que anticipan propuestas revolucionarias en toda la estructura social y política. Uno de los ejemplos más evidentes es el del urbanismo: da respuesta a cambios de la realidad social, pero también sugiere nuevas formas de vida con modelos que sobrepasan el realismo y que responden a unas proclamas consideradas utópicas por su radicalidad revolucionaria. Esta doble interpretación de las operaciones urbanísticas -la receptiva y la programática- ha influido a la hora de opinar sobre a qué tipo de profesional correspondía asumir la responsabilidad y el empuje creativo.
A lo largo de la historia se han situado profesiones diversas: militares, médicos, especialistas en sanidad urbana, arquitectos, ingenieros de todo tipo, alcaldes y autoridades políticas, funcionarios presionados por la gestión, filósofos, historiadores, economistas, sociólogos, abogados, todos ellos con voluntad de dar apoyo a la nueva ciudad con las utopías angélicas de la socialización o la modorra diabólica de la especulación territorial. Desde el siglo XVIII, el arquitecto y el ingeniero con técnicos sectoriales y artistas de la cantera establecida son los que han trabajado más y son los que han cumplido más discretamente la tarea de interpretar las decisiones políticas de los gobernantes y condimentarlas con las ideologías más generales.
Ahora hay una lucha gremial entre arquitectos e ingenieros sobre funciones y responsabilidades profesionales en este campo. Es un error entretenerse demasiado porque este no es el problema: con diferentes aproximaciones y calidades, los arquitectos y los ingenieros, si estuviera garantizada su formación, deben ser los especialistas de la forma
-de la forma urbana, por tanto- a partir de los condicionantes funcionales y productivos. En cambio, hay otras profesiones -que provienen de otros temas de base social- que lo miran sin hacer intervenir el protagonismo conceptual de la forma, atribuyendo a los ciudadanos la decisión de construirse como protagonistas y agentes creativos del alma de la ciudad. ¿Queréis decir que un médico o un economista o un geógrafo pueden construir un «lugar» que establezca una realidad plenamente urbana?
En algunas campañas electorales recientes hemos escuchado cómo muchos partidos políticos -marcados por una voluntad progresista y por una literatura izquierdista- utilizaban el esloganLa ciudad es la gente como base de lo que podríamos llamar la humanización de la ciudad. Con ello se afirmaba una política urbanística contra lo que llamaban «la piedra, el cemento y el asfalto de los arquitectos e ingenieros» y, consecuentemente, contra el diseño de la estabilidad y la continuidad física. No creían que la forma y el funcionamiento aportaran factores de convivencia y fraternidad. Esto lo dejaban en manos de la gente y la organización social. O, tal vez, solo era una estrategia para recordar que la atención a la forma debía equilibrarse con las atenciones personales primarias.
La ciudad no es la gente en su autonomía salvaje. La ciudad es un conjunto de espacio y de instrumentos artificiales diseñados para ser utilizados por el género humano en un proceso de asimilación cultural y en condiciones más apropiadas que las que le ofrece la naturaleza. Es decir, la ciudad es una realidad artificial construida para incitar y potenciar aquellas relaciones sociales que definen la civilización y que acreditan una continuidad histórica y cultural.
Es decir, la ciudad es «un lugar» o «una suma de lugares», todos ellos consolidados por el contenido histórico y de proyecto que acredita permanencia y continuidad. El «lugar» funciona como un sistema de relaciones basadas en la coherencia y la expresividad de la forma de la arquitectura y el espacio público. Y esta es una tarea habitual de los especialistas del diseño -especialmente los arquitectos-, a los que, por tanto, correspondería la profesionalidad.
POR ESO me parece una demagogia populista la referencia a «la gente» como el definitivo paso de cohesión. El gran paso que ha hecho la gente es inventarse la ciudad y utilizarla como una total artificialidad. Y la artificialidad, como que supera cualquier proceso natural, necesita ser diseñada. Y con el diseño podremos incluir el valor social y político de las nuevas propuestas para un camino radical de la vida y la política. La auténtica revuelta se transmite por los proyectos urbanos. Arquitecto.
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