Editorial

El cine documental, un género en vigor

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Al igual que la música, la literatura y otras formas de expresión, el cine tiene una variedad enorme de géneros y formatos, y justamente en esta riqueza reside buena parte de su poderosísima capacidad de atracción, que lo convirtió en la que probablemente fue la mayor herramienta cultural y recreativa del siglo XX. Más que ninguna otra de las artes, el cine puede ser pura fantasía -la fábrica de sueños de Hollywood- o vehículo para ilustrar sobre determinada realidad. En esta segunda acepción, la del género documental, el cine ha gozado también de mucho vigor durante décadas y ha deparado títulos memorables. Y aunque hoy puede parecer que ha perdido fuelle ante el empuje de las tecnologías de lo instantáneo y masivo, lo que ha cambiado, al igual que en el cine de ficción, es la forma de consumir el producto pero no su razón de ser, como demuestra estos días Ciutat morta. Mientras haya necesidad de conocimiento y de información, el cine documental tendrá sentido. Es decir, lo tendrá siempre, porque la inquietud por saber es inherente al género humano. Lo que cabe exigirle a este tipo de cine es honestidad intelectual. La asepsia absoluta no es posible, porque todo documental, por más objetivo que pretenda ser, responde en última instancia a una finalidad que no es neutral. Es, por tanto, perfectamente legítimo no ser imparcial, pero no hacer creer que se está en posesión de la verdad, porque esta, como la vida, es muchas veces poliédrica y compleja.