Ciencia para todos

Los investigadores, los centros y los medios deben popularizar la investigación y el saber cíentífico entre el gran público

Cuatro adolescentes, ayer, en una de las salas de experimentación de CosmoCaixa.

Cuatro adolescentes, ayer, en una de las salas de experimentación de CosmoCaixa.

MANEL ESTELLER

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Recuerdo unos veranos de hace muchos años. Subiendo por la avenida del Tibidabo con mi amigo de bachillerato bajo un sol de justicia con la ilusión de ir al Museu de la Ciència, el actual CosmoCaixa.Y entrar en la instalación y empezar a tocar todos los aparatos con el gran 'finale' de la sesión en el planetario. Felicidad pura, simple e inocente. Aún hoy, demasiados otoños después, cuando doy una conferencia en una ciudad extranjera y me sobran un par de horas busco escaparme a su museo de ciencia o de historia natural. En Europa los hay excelentes en Londres y Viena, pero para mí el gran descubrimiento fueron los museos Smithsonian en el gran paseo de Washington que va desde el Capitolio hasta la estatua de Abraham Lincoln. Cuando era un joven investigador, me gustaba pasar horas en ellos y aprovechaba para comer allí, para extender el tiempo que podía disfrutarlos. Ojalá tuviéramos más instalaciones similares a estas en nuestro país.

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Estos museos entienden su actividad como un trabajo abierto a la sociedad, sin elitismos ni esnobismos, que tanto daño hacen a la cultura y a la ciencia. Los niños llegan desde las escuelas e institutos y las parejitas se esconden allí un rato. Y eso es lo que necesitamos: que la actividad y el conocimiento científico se esparzan, más allá de aulas carcomidas y oposiciones gravosas, con mensajes alcanzables por todos, rigurosos pero que nos entren por los ojos, los oídos o las manos de forma sencilla, muchas veces provocando una sonrisa. Esto es, por ejemplo, lo que hacen los chicos y chicas de la Big Van, jóvenes investigadores que compaginan su trabajo de laboratorio con monólogos y chistes que desde la risa y el absurdo nos hacen entender las reacciones químicas, las fuerzas de la física o las enfermedades. Un trabajo imprescindible para hacer digerir conceptos científicos a una sociedad que cada vez vive más rápido y valora la instantaneidad. Del mismo modo, iniciativas como la Pint of Science (Pinta de Cerveza y Ciencia) o Els Esmorzars amb Ciència al 7 Portes apelan a nuestro gusto y hedonismo para implicarnos en el día a día de la investigación. La ciencia, con la risa y una buena comida entra mejor.

JORNADAS DE PUERTAS ABIERTAS

Y los centros de investigación tienen que implicarse claramente en esta misión de extender el saber científico y la pasión por la investigación a cuantas más capas de la sociedad mejor. Apoyando campañas como la de la Setmana de la Ciència, que permitió ver a científicos haciendo experimentos como si fueran una obra de teatro para un espectador que debe quedar satisfecho. Y haciendo jornadas de puertas abiertas en centros de investigación para que los ciudadanos puedan pasear libremente por sus laboratorios, asomar la nariz aquí y preguntar para qué sirve esa máquina.

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Pero los propios investigadores son también responsables de transformar la sociedad que les rodea. Si queremos un apoyo transversal a la educación, el conocimiento y la innovación, debemos diseminar el mensaje. No ser tan tiquismiquis y solo dar charlas en Cambridge o Boston, sino que también deberíamos arremangarnos y hacerlo en Olot, Igualada, Reus, Figueres o L’Hospitalet. Mi experiencia en este sentido ha sido muy enriquecedora y agradecida.

UN RUBIUS DE LA INVESTIGACIÓN

Y debemos exigir a los medios de comunicación públicos que promuevan los espacios donde la ciencia se vea como algo divertido y excitante. Programas como 'Quèquicom' y 'Dinàmiks'de TV-3 son magníficas apuestas, pero aún es imprescindible que haya más y la implicación de las nuevas herramientas de comunicación social. Es necesario que tengamos 'youtubers' que hagan difusión de la ciencia. Un Rubius o un Vegeta de la investigación. Y todo eso tenemos que hacerlo sin olvidar medios de información y entretenimiento más tradicionales, como los libros. Las secciones de ciencia de las librerías estadounidenses engloban biografías de científicos, ensayos o libros técnicos, pero también 'best-sellers' que tienen a la ciencia como eje, como 'El emperador de todos los males' o 'El gen', de Siddhartha Mukherjee.

A veces nos pueden explicar cosas muy complejas aplicándolas a ejemplos de nuestra vida diaria y usando pequeños cuentos, como he hecho recientemente en mi libro 'No soy mi ADN'. Necesitamos más científicos que escriban libros de divulgación. La idea sería, además de concienciar a la población y a los estamentos económicos y políticos de la importancia de la ciencia, convertir al lector joven en un investigador. Hacerle ingerir la semilla de la curiosidad insaciable que nos devora cada día en nuestro afán de descubrir más cosas y ver lo que nadie ha visto nunca antes.