Cicatrices
Creo que a mí ningún libro me ha salvado la vida, pero me la ha reparado
Hace unos días un colega de profesión me preguntó durante una entrevista si algún libro puede cambiarte la vida. Como suelo ser yo quien hace las preguntas, reconozco que no estuve a la altura en la respuesta. Imagino que porque siempre me ha parecido pretencioso decir que sí y falso manifestar lo contrario.
Fue durante el trayecto a casa cuando en pleno flashback literario concluí que, efectivamente, a mí ningún libro me ha cambiado la vida, pero me la ha reparado. Es el privilegio que uno tiene si ha recibido la atención personalizada de escritores como Herman Hesse, Heinrich Böll, Ian McEwan, Javier Marías, Annie Proulx, John Irving, Paul Auster, J.M. Coetzee, Jesús Carrasco o Alice Munro.
No puedo asegurar que sus libros me salvaran de nada, pero estaban ahí, agazapados, colocando adjetivos donde solo había espacios en blanco, dando respuesta a cuestiones que llevaban muchos años sobreviviendo entre interrogantes. No creo en la literatura terapéutica, ni que la receta literaria de un amigo me sirva a mí. Creo en las buenas intenciones del que te aconseja, pero con los años descubres que cada libro tiene un solo lector, aunque insistan en que son muchos. Así que cuando finalizada la entrevista, este colega me pidió algunas recomendaciones, quise advertirle de que mis lecturas eran solo mías, que cualquier intento de asegurarle que disfrutaría con ese u otro autor estaba destinado al fracaso. Pero como suele ocurrirme, le acabé hablando de Marías, y de McEwan, y de todos esos autores citados, y también de Laird Hunt al que he descubierto en la fantástica Neverhome (Blackie Books) o de J.R. Moehringer, de quien todos destacan Open, la biografía del tenista Andre Agassi, pero a quien merece la pena conocer de verdad en El bar de las grandes esperanzas (Duomo).
Es cierto, cuando conectas íntimamente con un libro te convences de que fue escrito solo para ti. Será por la edad, pero el paso del tiempo me ha demostrado que si no verbalizo con alguien cercano esa emoción lectora, las heridas del alma se me curan, pero jamás llegan a cicatrizar.
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