Los jueves, economía

Choque de trenes europeo

Las tensiones políticas que están emergiendo se traducen en un potente mar de fondo contra el euro

Josep Oliver Alonso

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Los riesgos sobre Europa se acumulan, con una súbita frenada en la incipiente recuperación. La locomotora alemana se ha visto afectada por la desaceleración de China y su negativo impacto en Latinoamérica, al tiempo que la crisis de Ucrania ha añadido más incertidumbre y ha debilitado los mercados del este de Europa. Francia e Italia, afectadas por las pérdidas de competitividad, el aumento de pasivos públicos y la desaceleración de la economía global, no levantan cabeza. En este contexto de bajo crecimiento, emergen con fuerza las diferencias entre los grandes de Europa.

Además, la acumulación de deuda pública en la crisis no permite excesivas alegrías a la política fiscal ni a Francia y menos a Italia, aun en la hipótesis, poco probable, de que Alemania las aceptara. En Francia, por ejemplo, la deuda pública ha aumentado, entre el 2007 y el 2014, del 64% al 96% del PIB; y en Italia las cosas no van mejor, con un avance absoluto similar, del 103% al 135%, pero desde valores mucho más elevados. En cambio, Alemania muestra un avance contenido (del 65% al 76%), que le ha permitido anunciar que, a partir del próximo año, no emitirá ya nueva deuda pública.

¿Y las reformas? Estas se plantean, lógicamente, tanto en Francia como en Italia, y quien las exige es Berlín. Una forma simple de evaluar su necesidad es la dinámica del saldo por cuenta corriente (diferencia entre ingresos y pagos al exterior). En esta magnitud, mientras que Alemania muestra, desde hace más de una década, un superávit excepcional (por encima del 6% en media desde el 2005 al 2013), Francia sigue con sus crónicas dificultades para obtener saldos positivos (-1,3% del PIB entre el 2005 y el 2009 y -2,1% entre el 2010 y el 2013), mientras que en Italia la situación es solo marginalmente mejor (del -1,7% al -1,5% en los mismos periodos).

Estos diferentes registros económicos explican las continuas escaramuzas que libran los responsables de los principales países de la eurozona. Si el BCE baja los tipos de interés y compra deuda privada, como anunció hace poco, lo hace en contra de la opinión, y del voto, del Bundestag, cuyo presidente, Jens Weidman, no pierde ocasión para denunciar la decisión de Draghi y sus colegas. En el ámbito fiscal, cualquier propuesta de flexibilizar las normas del Pacto de Estabilidad, redefinido en la primavera del 2012, halla fervientes defensores en Renzi y Hollande, pero firme oposición en Wolfgang Schäuble, el ministro de Hacienda alemán.

Este contexto tan complejo se hace más difícil cuando en el análisis se incluyen las tensiones políticas que están emergiendo en muchos países europeos, y que se traducen en un potente mar de fondo claramente contrario al euro. Hace pocos días, un sondeo francés daba a Marine Le Pen, si su oponente en las próximas elecciones fuera François Hollande, la posibilidad de convertirse en presidenta de Francia, lo que llevaría al Frente Nacional a la más alta magistratura del país por vez primera en la historia. Su discurso contrario a la unidad europea y al euro parece haber calado muy hondo en gran parte de la sociedad francesa. En el otro lado del Rhin, más del 20% de los alemanes están a favor de un desmantelamiento ordenado de la moneda común, siguiendo las propuestas del recién nacido partido antieuro Alternativa por Alemania. Un partido que, justamente, obtuvo buenos resultados en las elecciones de Turingia y Brandeburgo del pasado domingo.

Esta fusión de la política y la economía hace muy difícil una solución del puzle europeo que pueda ser compartida por todos. Hollande, con Le Pen en los talones y un Partido Socialista quebrado, está atenazado entre lo que hace, lo que puede y lo que debería hacer. Para Renzi, la hora de la verdad se acerca: una cosa es reformar el Senado y otra, muy distinta, tocar intereses corporativos asentados. Angela Merkel también tiene las manos parcialmente atadas por una opinión pública crecientemente descontenta con el rumbo que sigue Europa, como muestra el ascenso de Alternativa por Alemania.

Sin impulsos al crecimiento procedentes del exterior, con escasos márgenes de maniobra internos, quizá habrá que aceptar que de esta no saldremos como algunos desearíamos. Es decir, con un reforzamiento de la unión política europea. Cierto que hemos avanzado, y mucho, en la unión bancaria y en el control macroeconómico y fiscal por Bruselas. Pero cualquier nuevo choque que tensione una situación tan frágil como la actual volverá a poner de rodillas al proyecto europeo. Y con el cansancio acumulado por las opiniones públicas tanto del norte como del sur, que hace cada vez más difícil imaginar otros rescates, regresarán las dudas sobre el futuro del euro. No estamos fuera de peligro. Todavía puede llegar lo peor.