tú y yo somos tres
Chicote, turismo y pose
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Es tanta la potencia televisiva que ha demostrado Alberto Chicote con su exitosísima Pesadilla en la cocina, que La Sexta le ha montado una tournée por el mundo mundial titulada El precio de los alimentos. Es un ejercicio que obedece a una idea, o al menos así lo parece: hagamos algo más con Chicote, que sea lo que sea, será un éxito. Es verdad. Su personalidad es arrolladora. Sigue llenando la pantalla de forma colosal. Irradia una enorme simpatía. Pero este trabajito de ahora, la postura que hora interpreta, es de una superficialidad tan gaseosa como la evanescente espuma de una Coca-Cola. Tocó el drama de los tomates de invernadero de El Ejido frente a los imbatibles cultivos intensivos holandeses; pero ni una palabra del uso de herbicidas o insecticidas perniciosos. También la problemática de la carne de ternera, pero ni pío de los aditivos ni de los antibióticos que en algunas explotaciones suministran a chorro. También hemos visto a Chicote haciendo un viajecito a Swazilandia para contarnos que de allí nos viene mucho azúcar, pero ha sido un posturismo más turístico que otra cosa. O sea, el placer de ver a Chicote circulando por el exotismo africano. Hombre, ya sabemos que Chicote no es Évole. Ni lo pretende. Pero comienza a ser hora de que los famosos cocineros de la tele abandonen el habitual y cómodo autismo en el que están instalados y se pregunten -e investiguen- la procedencia y el tratamiento que reciben estos alimentos que luego ellos cocinan de forma tan fabulosa. Claro que en eso están involucrados laboratorios muy potentes. Y marcas que contratan mucha publicidad en los espacios televisivos que protagonizan estos mismos cocineros. Este es el problema.
CUNÍ .- Hay cabreo en la red, y en buena parte de la audiencia, por la entrevista que le hizo el viernes Josep Cuní (8 al dia, 8TV) a la anciana madre de uno de los fallecidos en el vuelo de Germanwings. He visto la entrevista entera. No es larga, precisamente. Creo que Cuní ha pretendido no caer en el tono lacrimógeno que a veces los periodistas adoptamos para crear un clima sentimentaloide. Y eso es de agradecer. Pero en dos ocasiones ha hecho lo contrario. La primera («Vosté no está en el seu millor moment»), fue de una obviedad tan descarnada como improcedente. La otra, al final de la conversación («¿Llorará mucho cuando se encuentre sola?»), también se la podía haber ahorrado, francamente.
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