Dos miradas

Chamberlain

JOSEP MARIA FONALLERAS

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En 1938, el señor Neville Chamberlain, primer ministro británico, en un ataque de clarividencia política, dijo que el papel que acababa de firmar significaría «paz para nuestros tiempos». Se trataba del Acuerdo de Múnich, el pacto indecente que abrió por completo el grifo de la implantación militar del nazismo y, en consecuencia, el certificado de nacimiento de la segunda guerra mundial. Vestido para las grandes ocasiones (cuello alzado de la camisa, de estilo inglés), Chamberlain se fotografió y departió amablemente con Hitler y Mussolini, ataviados a la manera militar, con orgullosa ostentación de cruces gamadas y símbolos fascistas. De aquel acuerdo sobre los Sudetes no salió una paz que apaciguara el ansia hitleriana sino todo lo contrario: la anexión de Checoslovaquia, la posterior invasión de Polonia y todo lo demás que ya sabemos.

He pensado en él a raíz del pacto europeo con Turquía. El nivel de ignominia es similar: este venderse el alma a cambio de seguridad en las fronteras, el mercadeo con seres humanos, la compra de una policía que nos aleje del dolor ajeno. Y también resuenan las palabras que entonces dijo el presidente checo Edvard Beneš: «Han decidido sobre nosotros, sin nosotros». Los refugiados, por definición, no tienen voz cuando se habla de refugiados. Mudos e indefensos, solo disponen de cajas de cartón contra acuerdos infames. ¿Y quién cree, como entonces Chamberlain, que esta indignidad traerá la paz?