La rueda

Cervantes en el Congreso

OLGA MERINO

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Los ingleses han ganado por goleada en los festejos por el cuarto centenario del fallecimiento de Shakespeare, su monstruo de las letras. Aquí, en cambio, los 400 años de la muerte de Cervantes se están celebrando con poco lustre, como en sordina. El (des)Gobierno ha reaccionado tarde, con pereza y escasa imaginación, y si bien se desenterraron los huesos del convento de las Trinitarias, es casi imposible certificar que pertenezcan al autor del 'Quijote'. Qué más da; a fin de cuentas, tampoco se sabe con exactitud dónde están sepultados Lope de VegaCalderón Velázquez, cuyos restos yacen confundidos con los de un buen puñado de mortales. El gozoso revoltijo del osario. Aquí, con los huesos, o se hace caldo o se dejan en las cunetas.

Lo del Congreso ha sido un homenaje pobretón. Les han puesto quevedos a los leones de la escalinata, como si leyeran, y han fichado deprisa y corriendo a grandes profesionales para que salvaran los muebles como buenamente pudieran. Y no es eso, no. Amor por la cultura significa bajar el IVA y permitir que escritores y artistas se jubilen con dignidad.

Estuvo acertado el actor Manuel Tallafé, en el papel de Cervantes gorguera incluida, al reprochar a sus señorías que, con 350 pares de manos, hayan sido incapaces de formar Gobierno en tres meses, cuando él escribió el 'Quijote' a una mano y en poco tiempo. En realidad, la política española se ha convertido en un teatrillo, en un patio de Monipodio lleno de mangantes o, en el mejor de los casos, en una repetición de diálogos quijotescos que no resuelven nada.

Quijotescos, con perdón. Ojalá el ingenioso hidalgo, una gota de su espíritu, se hubiese derramado sobre el hemiciclo. Como sostiene el profesor Jordi Gracia, una de las esencias del 'Quijote' es precisamente el aprendizaje de negociar con la realidad y los ideales pero sin perder el talante.