El radar

La cercanía del dolor

Informar de la vida de los fallecidos es considerado por muchos un acto de sensacionalismo

JOAN CAÑETE BAYLE

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Se da en el flujo de cartas que recibimos en Entre Todos como reacción a un acontecimiento una cierta pauta dentro de la imprevisibilidad. Si la noticia es incendiaria (una revelación de un caso de corrupción por parte de una destacada figura política, por poner un ejemplo) el enfado lleva a escribir textos rápidos llenos de indignación; los artículos llegan poco después de conocerse el hecho y suelen ser una explosión. Días después, se calman los ánimos y llega la reflexión.

Esta semana, marcada por la tragedia del avión de Germanwings que viajaba de Barcelona a Düsseldorf, las opiniones tardaron en llegar; cuesta digerir tanto dolor que se siente tan cercano para después plasmarlo en unos cuantos párrafos. Pero los textos acabaron llegando, y cuando lo hicieron transmitían -siguen transmitiendo, y lo harán durante bastante tiempo- dolor y perplejidad. Y también rabia y una enorme repulsa -«asco» es la palabra más usada- hacia quienes llenaron las redes sociales de 144 caracteres de odio en referencia a la condición de catalanes de muchos de los pasajeros del trágico vuelo 4U9525. Por una vez, las redes sociales se han llevado más palos que los medios tradicionales.

Se critican, y con toda la razón, los comentarios insultantes y xenófobos que se regodean con las víctimas a través de la mofa más cruel. La crítica por meros motivos de decencia humana se desliza rápidamente hacia la política: son españolistas que se ríen del dolor de catalanes, que aplauden la muerte de catalanes. Cierto. También lo es, por poner un ejemplo, que en el lejano septiembre del 2001, internet por estos lares se llenó de una cantidad ingente de chistes de escaso gusto sobre los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York. Entonces no había Twitter ni Facebook, pero sí webs y listas encadenadas y masivas de correos; aún hoy, si se teclea chistes 11-S EEUU en Google aparecen 251.000 resultados. No todos son chistes, pero ya captan la idea: las redes sociales serán nuevas; los cafres, no.

Tampoco es nuevo el hecho de que el impacto de una desgracia es mayor cuanto más cerca nos pilla: es uno de los grandes principios del periodismo. Si las redes sociales se han llevado muchas críticas esta semana en las cartas que hemos recibido, los medios también, básicamente por dos temas. Primero, por la profunda sabiduría de los tertulianos televisivos, que se convierten en un plis plas en grandes especialistas en aviación civil, en aeronáutica o en el laberinto de la mente de un copiloto de Germanwings cuando de llenar un espacio enorme sin información se trata. El periodismo, especialmente el español, suele jerarquizar la información también en términos de cantidad: a mayor importancia del tema, más páginas en papel, más horas en antena, más scrolls en la web. La cantidad, sobre todo al principio del acontecimiento, cuando la información se limita a un puntito que ya no está en una pantalla, un número de vuelo y una torre de control que ha perdido el contacto con un avión, lleva muchas veces al error. Y al ridículo.

La segunda acusación es la clásica de sensacionalismo. Hay de todo en el periodismo, y ha habido de todo en el tratamiento de la tragedia del vuelo 4U9525. Muchos lectores (nos) afean a la prensa que haya informado de la vida privada de las víctimas y que haya publicado imágenes de los abatidos familiares. El simple hecho de informar de las víctimas, nos acusan, es sensacionalista, así, sin matices ni diferenciar tratamientos. La proximidad con las víctimas pone a flor de piel estos sentimientos. En tragedias más lejanas, que no nos impactan igual, se comprende mejor la información sobre el sufrimiento. Volviendo al 11-S: aquí se criticó de forma generalizada que los medios de EEUU no emitieran imágenes de las víctimas de las Torres Gemelas. La percepción de la imagen del dolor también es un asunto de cercanía.