MI HERMOSA LAVANDERÍA
Cenizas
Isabel Coixet
Directora de cine
ISABEL COIXET
Ya estamos casi todos. Y apenas queda un hueco libre en el pequeño salón. No sé por qué lo hago, pero lo hago: saco la bolsa de cenizas de la urna y uno de los niños de la casa dice: “¿Pero no hay trocitos de hueso?”. Las cenizas son como arena artificial de una playa de Torremolinos, con unos puntitos brillantes como de cuarzo. Pesan un kilo. La urna debe de pesar dos kilos y medio. Es marrón y biodegradable y me recuerda a una hucha de barro de las de antes. El padre del niño propone llamar a la empresa de pompas fúnebres y preguntar si la bolsa de plástico que contiene las cenizas también es biodegradable. Llama y le dicen que sí. El niño pregunta qué es biodegradable, mientras los demás ocupamos hasta el último rincón del salón de la casa, entre las fotos, los libros y los DVD del que fuera nuestro amigo. Toda su vida está en estas paredes, las novias, amantes, amigas, las fotos de su madre de joven, una novela de Camilleri a medio leer, cajas sin abrir de Voltaren.
Hay pósteres de películas y fotogramas varados en el tiempo de otras épocas. Se abren Coca-Colas, se descubre una botella de cava en la nevera. Llega una niña que empieza a jugar con el primero y una pistola de plástico que lanza unos dardos muy molestos. ¿Qué hacemos con las cenizas? Alguien propone quedarse un puñado y crear unos pigmentos con los que pintar un cuadro. Otros quieren unas cuantas para mezclarlas con huesos de albaricoque y plantarlas en algún sitio porque a él los albaricoques le encantaban. Se habla de tirarlas al mar, aunque está prohibido y nos pueden multar. Plantarlas con la urna incluida en algún lugar. Utilizar la urna para plantar geranios. Alguien de otra ciudad llama para reclamar un puñado y llevarlas a Mallorca a una playa que le encantaba.
Se buscan contenedores de plástico para repartirlas. No se encuentran en la cocina, que está hecha un desastre. Uno de nosotros vuelve a sacarlas de la urna. Todos miramos la bolsa con lo que queda de una persona que fue fundamental en nuestras vidas. Alguien imborrable, irrepetible y único. Pero es tan difícil encontrar el vínculo entre esta especie de arenilla gris y ese ser que, sin mover el cuello, podía ser el más animado de los individuos en cualquier fiesta. Yo, al menos, no lo encuentro, por más que me esfuerzo en respetar la solemnidad del momento. ¿Qué hubiera querido él? Nunca lo sabremos, lo único que él no quería era desaparecer y convertirse en polvo, arena, cenizas o barro. Lo que él de verdad querría es estar aquí bebiendo Coca-Cola sentado en su sillón, rodeado de amigos y diciendo que a él esto de las cenizas y las urnas le da un yuyu tremendo.
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