MIRADOR

CDC, en rebelión de terciopelo

La alianza con la CUP y la ruptura con la legalidad crean división

JOAN TAPIA

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En CDC, el secretario general tenía siempre todos los poderes. Miquel Roca tuvo que conformarse muchos años siendo “secretario general por delegación”. Luego Artur Mas ha hecho y deshecho, pese a que Oriol Pujol Ferrusola fuera su segundo hasta poco antes de la confesión de su padre. Y así ha continuado todo... hasta la semana pasada.

Entendámonos, Artur Mas sigue mandando. Lo que pasa es que el tropiezo en las elecciones del 27-S (el independentismo tuvo el 47,8% y Junts pel Sí bajó nueve diputados y quedó a seis de la mayoría absoluta) y, sobre todo, el fracaso en las dos votaciones de investidura de la semana pasada han cambiado las cosas. Hay inquietud por la hoja de ruta y se hacen números: 62 escaños en el 2010, 50 en el 2012 y ahora 30. Cualificados y muy distintos políticos de CDC --tanto 'consellers' en sus cinco años de gobierno como el equipo que le acompañó durante los siete años de la travesía del desierto del tripartito-- se interrogan y empiezan a elevar la voz.

Ya en primavera hubo 'consellers' que le encarecieron que no anticipara. Podía gobernar hasta finales del 2016 y era conveniente ver lo que pasaba en Madrid antes de lanzarse a la piscina. ¿Qué ventaja tenía --aparte de satisfacer a la ANC-- que los catalanes votaran dos meses antes que los españoles? Hoy solo se ven dos razones. Una, que desde el 9-N del 2014 Mas ya viviera encapsulado, pendiente de su papel ante la historia, y que confiara en una gran victoria (grave error). Dos, que no tuviera interés en negociar. Que prefiriera enfrentarse a la mayoría absoluta de Mariano Rajoy que 'empantanarse' con Pedro Sánchez o con otro Gobierno del PP sin mayoría absoluta.

Casi nadie en CDC se hizo entonces esas preguntas. Artur Mas era el jefe, un político astuto y un gran parlamentario. Ahora, tras las dos genuflexiones fallidas ante la CUP --la resolución rupturista y las votaciones de investidura perdidas--, las cosas se ven de otra manera.

El martes 27, cuando se conoció la resolución pactada con la CUP para abrir la legislatura, seis 'consellers' --entre ellos Mas-ColellGermà Gordó y Santi Vila-- expresaron malestar. Felip Puig ya lo había hecho antes en una reunión con empresarios. El 'president' --suave en la forma, malhumorado en el fondo-- replicó: ¿estaban pidiendo nuevas elecciones?

Luego, cuando el pasado jueves pidió a la CUP que le hicieran 'president' aunque fuera por seis meses, la inquietud se disparó y empezó la rebelión. Mas-Colell ha escrito un artículo en el diario 'Ara'. Francesc Homs, el primero de la lista para Madrid, ha dicho todo lo contrario de la resolución pactada que fija un plazo de 18 meses: que el independentismo no está legitimado para acabar el 'procés' y que hay que ver si se puede negociar con el Gobierno español que salga de las urnas el 20-D. Y Antoni Fernández Teixidó, un 'cerebro' de CDC con gran experiencia (vivió la crisis final del CDS) y muy escuchado por Artur Mas, ha decidido dejar sus cargos en CDC sin abandonar el partido.

La rebelión es todavía de terciopelo, pero tiene calado. CDC asumió mayoritariamente --con entusiasmo, prudencia o resignación-- la conversión al independentismo. La ruptura de la legalidad española, latente en la alianza con ERC, generó ya serias dudas. Y el flirteo con la CUP --el árbol prohibido que además no ha dado frutos-- ha sido el punto de decantación.

Está en marcha una rebelión de terciopelo en CDC. Muchos políticos convergentes creen que Artur Mas ha ido demasiado lejos y se está separando de su electorado moderado al parecer cercano a algunas tesis de la CUP. Además, todavía no ha sido reelegido y la incertidumbre se va adueñando del futuro.