La educación y la lucha antiyihadista

No causar daño en las aulas

Los prejuicios y las sospechas en la escuela solo ayudan a acelerar la radicalización de los jóvenes

JORDI MORERAS

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Es atribuida a Hipócrates, el padre de la medicina, la sentencia 'primum non nocere', que podría traducirse como, ante todo, no provocar daño. Así titularon los pedagogos Joan Canimas Francesc Carbonell un trabajo del 2008 en el que proponían que la gestión de los conflictos interculturales en la escuela debía de conducir a garantizar el beneficio educativo de los alumnos. Las declaraciones del 'conseller' de Interior en funciones, Jordi Jané, anunciando la aplicación de un protocolo de detección de fenómenos de radicalización islamistadetección de fenómenos de radicalización islamista en las escuelas parece ignorar la advertencia hipocrática, puesto que esta acción puede acabar provocando efectos contrarios a los deseados. Porque cuando se lanza la piedra de la sospecha es muy difícil luego limitar la propagación del prejuicio.

Sobre la base de unos indicadores más que cuestionables (por ejemplo, cuando una chica se pone el hiyab o se exponen objeciones a asistir a la clase de música o hacer gimnasia), se quiere ofrecer a los enseñantes un instrumento de interpretación de determinadas conductas que se consideran los primeros pasos hacia la radicalización. Con ello se ignora que todas estas situaciones desde hace tiempo ya están siendo abordadas por parte de las escuelas, con soluciones que se orientan claramente desde una perspectiva pedagógica y social. ¿Por qué convertir estas situaciones en objeto de una mirada securitaria? ¿Por qué abrir la puerta a la sospecha infundada respecto a estos jóvenes en un momento clave de su formación como personas? ¿Qué consecuencias puede tener en ellos el hecho de sentirse observados con recelo y prejuicio?

Apelando a la situación de amenaza terrorista en la que parecemos instalados permanentemente, los servicios de seguridad europeos pretenden desarrollar actuaciones preventivas a la radicalización, sin calcular con precisión el efecto de esas acciones, tanto respecto a las poblaciones monitorizadas como hacia el conjunto de la sociedad. En el 2010 y el 2013 la policía metropolitana de Londres lanzó sendas campañas para animar a la ciudadanía a informar sobre actitudes sospechosas que pudieran estar relacionadas con actividades terroristas. Bajo el lema 'si usted sospecha, informe' muchas personas fueron investigadas sin que finalmente se las pudiera acusar de nada. Pero el resultado fue instalar la sospecha entre la ciudadanía, convirtiendo el prejuicio en norma.

La creación de un modelo comunitario de seguridad en el que todos formemos parte activa no puede basarse ni en el miedo ni en el recelo. Debe fundamentarse sobre la confianza en unas instituciones sociales de las que nos hemos dotado para poder hacer frente a las incertidumbres que acompañan el hecho de vivir en sociedades abiertas. Si aceptamos vivir permanentemente en alerta y sin rechistar, mientras se incrementan las medidas de seguridad, avanzaremos a pasos agigantados hacia una sociedad dócil y temerosa de sí misma. Hacernos partícipes de nuestra propia seguridad, debería suponer formar a ciudadanos responsables y con sentido crítico, en vez de acosarlos con miedos y amenazas. Si convertimos las escuelas en lugares en donde se sospeche de unos alumnos en virtud de unos orígenes concretos, estaremos dinamitando su confianza ante la primera institución que trabaja para convertirlos en ciudadanos de provecho. Parece claro que los Mossos no han hablado con maestros. Si lo hubieran hecho, se darían cuenta de que el ejercicio de educar a las futuras generaciones en algunos centros educativos de Catalunya -aquellos que no suelen salir en las noticias sobre éxito educativo sino todo lo contrario-, es un trabajo constante, delicado y no exento de dificultades. Dificultades que son trasplantadas de la sociedad a la escuela, dejando que sean los docentes los que tengan que resolverlos.

LOS RIESGOS REALES

Venimos de una crisis económica que se ha cebado con lo educativo y lo social por extensión. Y ello nos hace recordar que el eslabón más frágil de la cadena educativa siguen siendo los alumnos, especialmente aquellos que forman parte de barrios con serias dificultades sociales. Y tal como nos dicen los pedagogos y profesionales en activo, hemos de ser capaces de extender de forma integral la práctica educativa de la escuela hacia otros espacios sociales y comunitarios. Nuestro reto como sociedad es evitar que los jóvenes en formación se extravíen, que se vuelvan mucho más vulnerables ante un mercado laboral al que deberán pagar un peaje de explotación, o ante la estigmatización social de seguir siendo segundas generaciones de inmigrantes a pesar de haber nacido en Catalunya. Eso son riesgos reales. Sigamos invirtiendo en educación para evitar la exclusión social, dejemos de invertir en prejuicios y sospechas que solo aceleran la deriva hacia la radicalización.