MIRADOR
Catalunya en la montaña mágica
Ante el proceso soberanista, a muchos catalanes nos parece estar experimentado aquel presente atemporal que describía Hans Castorp, el protagonista de la novela de Thomas Mann, La montaña mágica, internado en el sanatorio alpino para tuberculosos de Berghof. La sensación que el mismo día se repite sin cesar, que todo está bajo las leyes de la monotonía y la reiteración, pues «te traen sopa al mediodía del mismo modo que te la trajeron ayer y te la traerán mañana». En Catalunya vivimos en un ahora perpetuo en el que cada día nos sirven el mismo jarabe soberanista al igual que al joven Castorp le traían la sopa. Ayer tocó el bluf de la Hacienda propia, al igual que anteayer tuvo lugar el enésimo encuentro del pacto por el derecho decidir sin otro objetivo que renovar una foto y hacer un nuevo llamamiento a los ciudadanos para que cuelguen banderas y se movilicen. Asistimos a diario a una aburrida letanía que empieza a resultar asfixiante.
El informe del Consell Assessor per a la Transició Nacional dedicado a la hacienda propia pone de manifiesto que el derecho a decidir ha sido desbordado por el programa independentista. Lo peor es que tenemos un Govern que está actuando en contra de nuestras propias leyes. El Estatut marca como objetivo la creación de un consorcio que recaude todos los impuestos entre la Agència Tributària de la Generalitat y la agencia estatal. Tiene todo el sentido del mundo y se enmarca en la lógica de cooperación federal. Pese a que a menudo se nos repite machaconamente que el Tribunal Constitucional se cargó el Estatut, eso no es cierto. Fue una sentencia desgraciada en tiempo y forma, pero que dejó intactos la inmensa mayoría de los avances. Y el tributario es un buen ejemplo, pero que Artur Mas no ha querido desarrollar y que ahora violenta. Qué sentido tiene crear un nuevo organismo que suplante el estatal, que pagamos también los catalanes. Eso puede costarnos cada año 750 millones, mientras que consorciar, cumpliendo el Estatut, es casi gratis. Ayer Mas escenificó un sueño que ya había anunciado meses atrás, pero que no va a poder materializar, para empezar porque la Generalitat está quebrada. Eso sí, el brebaje sirve de maravilla para mantener la tensión narrativa del proceso.
Superponiéndose a esta letanía, emerge la realidad de la crisis social y la estafa política, por ejemplo en Barcelona, donde el alcalde Xavier Trias ha pactado con el PP la privatización de los párkings más productivos, que rinden cada año cuantiosos beneficios a las arcas municipales. Sin ninguna necesidad perdemos un patrimonio pagado entre todos. Por eso cada día sorprende más que una parte de la izquierda siga hechizada en la montaña mágica del soberanismo.
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