Catalunya llora

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Risto Mejide

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Hoy me vais a permitir que hable en nombre de quien no me corresponde. Hoy, si no os importa, dejo de lado los demás temas, simplemente, para llorar. Porque hoy lloran todos los catalanes. Indepes y no indepes. Nacidos aquí y nacidos allá. Amigos y enemigos. Y por eso me atrevería a decir que los que no se sienten catalanes, también. Este viernes murió Carles Capdevila. Y a mí se me empañan las letras… y las ganas de hablar de nada más.

Catalunya llora. No voy a ir ahora de amiguísimo de Carles, porque no lo fui. Ahí están sus amigos del alma, los de verdad, los que estuvieron apoyándole a lo largo de su enfermedad. No, definitivamente yo no era más que un conocido para él, como mucho un conocido con el que se echaba unas risas de tanto en tanto, pero no fui uno de sus mejores amigos. Lo que sí puedo decir es que siempre me he arrepentido de no haberlo sido.

EL PORQUÉ DE LAS COSAS

Me quedan fogonazos inconexos de algunos de nuestros encuentros en forma de recuerdos. Entre los últimos, una entrevista que me hizo en enero de 2014 y una tertulia en la que participamos juntos en víspera del Sant Jordi 2016, otro en el que él, literalmente, arrasó. Y absolutamente en todos esos recuerdos, existe un denominador común. Su capacidad de escuchar no ya las palabras del prójimo, porque ésas se las lleva el viento. Carles escuchaba a la vida.

Carles escuchaba su entorno. Y es que Carles buscaba las causas. No sólo atendía al qué, sino sobre todo al porqué de las cosas. Por algo fue filósofo antes que periodista. Y eso sí, después, lo sabía expresar, relatar, dibujar, como nadie. Negaré que lo he escrito, pero reconozco que me llegué a suscribir al diario en el que él escribía, simplemente, para no perderme ni una de sus columnas. También porque él lo dirigió en sus mejores épocas. Recuerdo que nuestra agencia le hizo una de sus primeras campañas, y me acuerdo de su cara de estupefacción cuando le reconocí que de sus páginas me gustaba todo menos la línea editorial.

Carles escuchaba al prójimo. Ser entrevistado por Carles era una experiencia por la que yo habría llegado a pagar. Sí, vale, lo digo ahora que ya no está. Pero es que el tío hacía que te soltaras a veces ni siquiera con una pregunta, sino con una medio sonrisa, estilo no sé si estoy entendiendo lo que estás queriendo decir. Y no le hacía falta nada más. Su curiosidad y su tolerancia ante las ideas opuestas, todo tamizado con su ironía y su capacidad innata de hacerte llegar a un titular.

DIVERTIDÍSIMAS CONFERENCIAS

Carles escuchaba a los padres. Sus lecciones en forma de divertidísimas conferencias ahí están. Si aún no las has visto, date una vuelta por Youtube y busca su nombre. Disfrutarás. Su capacidad de desdramatizar y aligerar la responsabilidad del que estrena prole, fueron más que antológicas. De nuevo, el relevo generacional, la idea de trascendencia, la inmortalidad. Palabras solemnes y pesadas, que de pronto se hacían más ligeras en boca de Carles, en las que te identificabas desde el minuto cero. Y por eso parecían monólogos cómicos, cuando en realidad eran lo más parecido a la realidad, nada de pura coincidencia. Hizo lo mismo con su enfermedad. Y la volvió a clavar.

Carles escuchaba a Catalunya. Ésa que hoy le llora. Y me consta que le dolía verla así. Pero de eso mejor que hablen sus amigos de siempre, que sabrán más.

Yo sólo sé que esta mañana tenía pensado escribir sobre otras cosas, y no he podido apartar la vista de la noticia de su muerte. Y me he quedado jodido primero, porque se ha muerto Carles Capdevila. Punto. Nada menos. Descanse en paz. Segundo, porque siempre me jode que muera quien es ejemplo de vida. Y tercero, porque sí, es verdad que seguirá viviendo a través de sus artículos, libros y conferencias. Pero el tercer motivo, el más egoísta, es porque ya no podrá escribirnos más.