Retos y asignaturas pendientes
Catalunya y la industria
España se ha industrializado, pero no ha experimentado aún la revolución industrial
Ramon Folch
Socioecólogo. Presidente de ERF.
Socioecólogo. Presidente de ERF.
RAMON FOLCH
El sociólogo y economista alemán Max Weber (1864-1920) acuñó el concepto "oportunidad vital" para referirse a los vectores que influyen en las opciones de vida. Es decir, que decidimos libremente (más o menos), pero en un contexto que nos condiciona. Sostenía que las minorías marginadas en los procesos políticos buscan una compensación en el mundo de los negocios. Quizá pensaba en los judíos europeos de su tiempo, pero sus ideas explicaban también la situación de las élites catalanas. Sin la decapitación aristocrática, y subsiguientemente política, derivada del absolutismo borbónico español, la revolución industrial probablemente no hubiera tenido en Catalunya la fuerza que tuvo.
AÚN CORTAN EL BACALAO LOS MISMOS
El historiador Jordi Nadal ha explicado a fondo la radical transformación que experimentó la sociedad catalana debido a la revolución industrial, pilotada por una emergente burguesía que no pertenecía a la aristocracia agraria remanente, ni tampoco a los círculos del poder político español. Con retraso, España acabó industrializándose, pero no experimentó la revolución industrial; Catalunya, sí. En España, Iglesia y Estado son hoy los mismos que ayer. Las mismas familias y los mismos grupos de poder continúan cortando el bacalao, convencidos de que les corresponde hacerlo porque este es el orden natural de las cosas. Me remito a la evidencia.
SUBVERSIÓN DE PAPELES SOCIALES
En el siglo XIX, más aún que un cambio de sistema económico, hubo en Catalunya una subversión de papeles sociales. La evolución endógena de la menestralía protoindustrial, inicialmente alimentada con los ahorros de un comercio y de una agricultura relativamente florecientes en la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, hicieron posible el cambio. La actividad textil se llevó la fama, pero el abanico de industrias varias fue enorme. Incluso en el campo de la energía se impuso este modelo endógeno, baste pensar en las innumerables pequeñas centrales hidroeléctricas, a su vez fruto de la transformación de pequeños molinos que previamente se habían reconvertido en ruedas hidráulicas para mover los embarrados industriales. Miles de pequeños protagonistas hicieron posible un cambio socioeconómico radical. La Oda a la pàtria, poema fundacional de la Renaixença, se publicó (1833) en un periódico llamado, significativamente, El Vapor...
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Hay una lectura sistémica y ecológica de todo ello. La biodiversidad se explica en términos ambientales; las mutaciones genéticas son espontáneas, pero su selección y fijación en términos de eficacia competitiva dependen de su adecuación al ambiente. Con los sistemas sociales ocurre lo propio. Un campesinado que, poco o mucho, había logrado acumular desde que accedió al dominio útil de la tierra (Sentencia de Guadalupe, 1486) y una menestralía urbana prácticamente inhabilitada para prosperar en la administración o la política fueron campo abonado para al surgimiento de la burguesía industrial y toda su concepción moderna del mundo. La nueva clase era la nueva especie social emergenteespecie social, generadora de un ecosistema distinto. Esto explica en buena medida la situación actual y el hartazgo catalán con la España de siempre.
¿SABRÁ CATALUNYA SER POSINDUSTRIAL?
Por todo ello, la mayoría de empresas industriales catalanas eran, y aún son, de tamaño pequeño o mediano. Para bien (incremento de la equidad y de la complejidad social) y para mal (falta de competitividad escalar). Pero también hubo empresas que pronto crecieron o ya nacieron grandes. Fue el caso de La Maquinista Terrestre y Marítima (1855) o de Forjas de Can Girona (1859), que acabaron fusionadas a mediados del siglo XX y luego absorbidas por Alstom. De la Sociedad Catalana para el Alumbrado con Gas o Catalana de Gas (1843), que acabó fusionándose con Gas Madrid para crear Gas Natural. O el de la Sociedad General de Aguas de Barcelona (1867), que hoy es una gran multinacional integrada por 128 compañías de todo el mundo.
Ninguna de estas compañías sesquicentenarias es hoy de capital mayoritariamente catalán. La economía de escala no favorece a los países pequeños. Por otra parte, la economía catalana, aunque aún plenamente industrial, parece inclinarse cada vez más hacia los servicios y el turismo. Cambiar no es malo, si se hace en la buena dirección. Ahí le duele. Este país que supo ser industrial, ¿sabrá devenir posindustrial? La industria química y la agroalimentaria o la actividad editorial son todavía fuertes. También empujan el diseño industrial, la electrónica y la informática. ¿De qué seremos capaces, aparte de entretener a turistas innecesarios?
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