El debate sobre el proceso soberanista

Catalunya y España, a un palmo

Los gobernantes catalanes fueron construyendo la reivindicación nacional ante las narices de sus adversarios

JORDI MERCADER

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Catalunya y España están ya separadas por un palmo de terreno. De llegar el día de la independencia, los dos gobiernos discutirán incluso sobre los límites territoriales exactos de cada estado. Inevitablemente, variarán en unos centímetros, los que difieren los cálculos topográficos, en función de si quien los hace es un ingeniero catalán o un colega de Madrid. Los trazados fronterizos recorrerán líneas paralelas, creando un vacío teórico, una metáfora topográfica de una distancia política y emocional muy real.

Todos los puntos de un país se sitúan en los planos por unas coordenadas (X,Y) sobre un eje (0,0), identificándose el 0,0 a partir de las medidas tomadas de una red de pivotes que están establecidos por todo el territorio. La red española se organizó para toda la península en los inicios del siglo XX. El primer gobierno Pujol decidió prescindir de los datos elaborados por el Instituto Geográfico Nacional y diseñó una red de referencia propia, aprovechando una parte de las marcas españolas y otras que eran de nueva creación.

Así, la identificación topográfica catalana de un punto es siempre distinta a la española y esto afecta especialmente a las obras públicas. La distancia entre una y otra localización es variable, unos centímetros, que pueden llegar a un palmo, según sea el desplazamiento de los ejes. Mientras un proyecto lo ejecuta íntegramente una o otra administración, no existe ningún inconveniente. Sin embargo, cuando los trabajos implican la participación del Estado y de la Generalitat, las cosas se complican un poco más. Los ingenieros y las empresas constructoras han aprendido a evitar males mayores cuando no se ponen de acuerdo a la hora de utilizar una misma red. El desfase de los planos se arregla sobre el terreno, sin embargo, en algunas obras, ese palmo de la discordia puede traducirse finalmente en miles de metros cúbicos de hormigón presupuestados de más o de menos.

La alternativa topográfica creada por el Institut Cartogràfic respondió a una doble razón. Por una parte, se trataba de disponer de una red con más puntos de referencia y por lo tanto de una mayor precisión, considerando siempre que este cálculo conlleva un cierto margen de error por la forma esférica de la Tierra. Por otra parte, obedecía a la doctrina aplicada por el presidente Jordi Pujol de rechazar el aprovechamiento de según qué servicios asociados a los traspasos de competencias estatales.

Esta voluntad de crear sistemas propios alternativos ha supuesto un coste suplementario para la Generalitat que ahora, con la caja vacía, toma mayor relevancia. Sin embargo, esta práctica permitió defender que lo nuestro era un autogobierno en profundización permanente y no una simple descentralización.

Los Mossos d'Esquadra y la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals son los dos ejemplos más vistosos de esta voluntad política y también los casos prácticos que la derecha centralizadora suele destacar como derroche casi megalómano del nacionalismo. Realmente, a veces parece que no son de este mundo, estos críticos. Lo suyo, como lo del presidente Mariano Rajoy, no es un problema de explicarse mal, sino que es más bien una demostración de la dificultad de comprensión manifiesta de la realidad, seguramente consecuencia de haber estudiado una historia diferente de los últimos siete siglos. Pero también por la habilidad de los gobernantes catalanes que fueron construyendo los fundamentos del salto cualitativo de la reivindicación nacional ante las mismas narices de los adversarios, en la mayoría de las ocasiones a cambio de unos pocos votos en el Congreso de los Diputados.

La desafección política galopante de los catalanes respecto del Estado español no nace por arte de magia, ni puede entenderse tan solo por el malestar justificado de una sentencia constitucional o por la crisis que da más valor a la cantidad de dinero público que no regresa; una explicación de este tipo sería coyuntural. En este supuesto, los inmovilistas del reino no deberían preocuparse en exceso. Pero no parece que sea tan sencillo.

Durante décadas, se ha creado un imaginario colectivo de lo catalán casi autocomplaciente y en contraposición a una españolidad rancia y desprestigiada que algunos se empeñan en confirmar constantemente; lo último, el tricentenario, ha facilitado la divulgación de un relato histórico coloreado de épica e injusticia pero muy apropiado a las circunstancias de la actualidad; sin embargo, lo más consistente tal vez haya sido aquel trabajo permanente de construcción de lo que finalmente hemos conocido como estructuras de Estado.