Catalanes en tierra de nadie

SISCU BAIGES

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Un hombre se encuentra por la calle a un amigo que siempre está risueño. "¿Cómo lo haces para estar siempre contento?", le pregunta. "No discutiendo nunca con nadie", le contesta el otro. "¡No será por eso!", exclama. "Pues no será por eso", concede el hombre feliz.

En Catalunya también hay mucha gente que ha optado por no discutir. Desgraciadamente, no discutir no equivale a estar contento, a ser feliz. La vida no es nunca idéntica a los chistes.

Discutir, en el sentido de defender opiniones diferentes en una conversación, no tiene porque ser necesariamente motivo de crispación o peleas. Pero hay temas en los que si se inicia una discusión existe el riesgo de acabar enfadados o a bofetadas.

Si en una discoteca se te acerca alguien y te pide a gritos porque estás mirando su novia o la has empujado bailando, más vale que te evapores o pidas mil y una disculpas. Si te encuentras por la calle a un amigo que hace tiempo que no ves y que te pregunta qué piensas de la independencia de Catalunya es recomendable responder con tiento.

Que este debate ha causado separaciones, alejamientos, malas caras y palabras altisonantes entre amigos de toda la vida es indiscutible. Negarlo es tan absurdo como pretender que la cuestión no debe plantearse porque genera división. Sí se puede pedir, sin embargo, que la polémica se enmarque dentro de unos márgenes suficientes de tolerancia y respeto hacia los planteamientos de todos.

Cantantes como Joan Manuel Serrat deben poder decir lo que piensan sobre la conveniencia de que Catalunya se independice de España sin que les lluevan los insultos en las redes sociales. Unos padres deben poder pedir más clases de castellano en la escuela de sus hijos en Balaguer sin que tengan que acabar cerrando su negocio familiar por el boicot de sus vecinos. Un presidente debe poder hacer una consulta sobre qué piensan los ciudadanos sobre la posible independencia de Catalunya sin que lo conviertan en un mártir judicial.

Se debe poder discutir sobre esta cuestión sin miedo a perder amistades. El mundo no se acabará tanto si Catalunya es independiente como si no lo es dentro de uno, cinco o veinte años. Unionistas, federalistas o independentistas, todos tienen hijos y todos quieren el mejor futuro para ellos.

No tiene sentido que caigamos en una guerra de trincheras, con independentistas por un lado, Ciudadanos por el otro y el resto en tierra de nadie.

Para ser feliz y sonreir no es imprescindible dejar de discutir. Basta con hacerlo sin pisar al interlocutor y aceptar que todo el mundo tiene siempre una parte de razón y que, además, ninguna verdad es absoluta. Que se puede ser independentista en Ciudad Badía, unionista en Banyoles o federalista en L'Esquirol y comentarlo compartiendo unas cervezas.