Catalán

Convertir en problema lo que debería ser objeto de admiración es, además de una soberana muestra de indigencia intelectual, invitar al desencuentro

EMMA RIVEROLA

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Era fácil. Ante la mirada interrogante del portero Kiko Casilla, el jefe de prensa del Real Madrid simplemente tenía que haber respondido con una afirmación. Por supuesto, puedes responder en catalán. Tú eres catalán, el medio que te pregunta es catalán y el periodista te ha interrogado en catalán. Incluso la sombra de duda del guardameta parecía extemporánea. Pero, al fin, lo que quedó fuera de lugar, del sentido común y del respeto fue el veto al catalán en el Bernabéu. Es una anécdota, de acuerdo. Quizá responde a una política meditada del club merengue o a una reacción espontánea y particular del jefe de prensa. Pero, en ambos casos, el suceso es relevante. Si se trata de una decisión del club, la falta de consideración hacia una lengua oficial de España es hiriente. Si es fruto de una improvisación individual, es un buen ejemplo de hasta qué punto en este país se está haciendo casi todo mal en el ámbito de las lenguas y, por tanto, de la convivencia.

Utilizar la lengua como arma arrojadiza, como escupidera donde arrojar los esputos del desprecio, como muro de separación para distinguir a buenos y malos, es renunciar voluntariamente a la cultura, el progreso y la concordia. Convertir en problema lo que debería ser objeto de admiración es, además de una soberana muestra de indigencia intelectual, una invitación al desencuentro. En la lengua habitan demasiados sentimientos como para negarlos con tanta frivolidad.