Terremoto político en Catalunya

'Caso Pujol': el derrumbe de los ideales

Las consecuencias más graves del escándalo atañen al ámbito de la moral colectiva de los catalanes

XAVIER BRU DE SALA

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Usted, ciudadano de Catalunya, ha pasado sin duda por la plaza de Macià, la avenida de Tarradellas y el paseo de  Companys. Es muy improbable que sus nietos pasen algún día por una plaza o avenida de Pujol. Con la confesión del expresident de más dilatada trayectoria y líder del catalanismo a lo largo de medio siglo ha reventado lo que primero podía parecer un grano y se ha ido revelando un forúnculo. Las consecuencias jurídicas irán para las personas que tengan que rendir cuentas. Las del terremoto político desencadenado por Pujol y familia, aún sin evaluar, tendrán seguramente un amplio alcance, más todavía en esta época de recomposición del mapa de partidos. Pero las más graves pertenecen al ámbito, intangible pero muy real, de la moral colectiva de los catalanes. En este campo crucial se ha producido un auténtico derrumbe.

Conviene tener muy presente que Pujol no es solo expresidente de una autonomía, como Matas o Zaplana. Pujol tiene una fundación con su nombre dedicada a promover los valores. La puso en marcha como sucesor, en términos históricos, de Prat de la Riba, Macià, Companys y Tarradellas. Para comprenderlo es imprescindible conocer la naturaleza de este movimiento cívico, cultural y político, de un siglo y medio de trayectoria, que denominamos catalanismo. En palabras del poeta Màrius Torres, la confesión del pasado viernes derrumba «la ciudad de ideales que queríamos construir». Con su conducta, Pujol ha hecho como Sansón, con la diferencia de que el rey bíblico hundió el templo de los filisteos, enemigos de su pueblo, y él ha hundido el templo moral, si podemos llamarlo así, de los ideales del catalanismo. El asunto es todavía más grave porque el autor del hundimiento ha sido su principal reconstructor y mantenedor. Con la derrota de la guerra civil, la ciudad de ideales fue destruida, siguiendo a Màrius Torres, por «el brazo potente de las furias», es decir, las tropas franquistas. Ahora el edificio de Catalunya sigue en pie, pero el sanctasanctórum, el reducto de los valores compartidos, ha sido dinamitado. Con el oprobio se ha abierto, pues, un abismo entre el país mejor que con toda legitimidad aspiramos a construir y el espejo de la realidad.

No es tan solo ni en primer lugar el partido de Pujol, Convergència, a la que podemos dar por amortizada. Son, ante todo, las bases del catalanismo lo que hay que reformular. Quizá convendría rebajar la ambición de los planteamientos, mitificada y desmesurada en el pasado y en el presente. Siempre deberemos convivir con hipócritas, con corruptos, con tramposos y con cínicos disfrazados de esto o de aquello. Otros países, muy conscientes, hacen lo posible para minimizar las conductas reprobables y su impacto negativo. En estos países, la integridad es un valor social. Quizá con esto bastaría para empezar. Si Catalunya llega algún día a ser un país ejemplar, se habrá desprendido antes del lastre de la podredumbre acumulada durante los últimos decenios. No se trata solamente de limpiar a fondo, lo que es imprescindible, sino de plantear unas bases realistas y creíbles que imposibiliten la continuidad o el regreso de la corrupción a gran escala.

A pesar del daño infligido por Jordi Pujol, una parte considerable de sus seguidores o descendientes políticos, empezando si no estoy muy errado por el president Mas, cuentan con las condiciones exigibles de integridad para continuar la parte positiva de la obra colectiva de estos decenios. Mas ha acumulado un capital político que debería ir más allá de CDC. Aun así, es muy probable que él y otros seguidores del líder autodestruido sean víctimas del terremoto desencadenado por la confesión. Pronto veremos encuestas que proporcionen indicios sobre la reacción del electorado.

El gran motor de Catalunya es el catalanismo, como se ha demostrado en mil ocasiones. Tantas veces como se ha visto debilitado se ha vuelto a fortalecer. Tantas veces como se le ha dado por liquidado se ha rehecho hasta recuperar su papel de eje vertebrador que marca el rumbo y la textura del país. Ahora acaba de sufrir, desde su interior, un golpe más duro de lo que era imaginable. Más duro por la personalidad de quien se lo ha infligido. Dado que el país no dispone de un motor de repuesto, y encima estamos inmersos en un proceso de control de las propias decisiones, hará falta, de manera simultánea, recuperar la confianza en las propias posibilidades de hacer las cosas como es debido. No sé si colectivamente seremos capaces de llevar a cabo, con éxito y a la vez, dos obras verdaderamente titánicas.