EL ÁGORA PÚBLICA DE LAS REDES SOCIALES

El 'caso Arrimadas' y los justicieros del clic

El calentón de la mujer no habría pasado de una modesta contribución a la hoguera de odio digital si no fuera por la publicidad que le ha dado al asunto la propia víctima

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JAVIER CIGÜELA

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Los hechos, aunque ya conocidos, son los siguientes: el 3 de septiembre una mujer cuelga en su Facebook un insulto y un deseo (ambos aberrantes, que no reproduciré aquí) contra Inés Arrimadas, por lo visto espoleada por unas declaraciones suyas en Telecinco que no debieron de ser de su agrado. Dos días después, la política de Ciudadanos publica en su cuenta de Twitter con 171.000 seguidores el comentario, el nombre y apellidos y la foto de la mujer, y anuncia una denuncia contra ella. La clase política y miles de personas se solidarizan con Arrimadas, viralizan la publicación e incluso alguno (Girauta, compañero de partido) comparte en un tuit que luego borró el lugar donde la mujer trabaja.

La historia así contada no parece esconder misterio alguno: una mujer se calienta durante el visionado de un programa de tertulianos también exaltados, se le va completamente de las manos y acaba compartiendo en su Facebook un pensamiento literalmente detestable, posiblemente delictivo; en el otro lado otra mujer, figura pública que debe de estar harta de comentarios del estilo, explota y reacciona de forma espontánea, visceral y ¡ay! algo imprudentemente. Y es ahí donde radica el problema.

Linchamiento mediático incontrolable

El mensaje contra Arrimadas había llegado a unos cuantos amigos de Facebook: su contenido era terrible, sí, pero su repercusión más bien escasa. El calentón de la mujer no habría pasado de una modesta contribución a la hoguera de odio digital si no fuera precisamente por la publicidad que le ha dado al asunto la propia víctima, en este caso Arrimadas. Consciente o no del altavoz social que una cuenta de Twitter con 171.000 seguidores supone, la política y otras miles de personas legítimamente indignadas han encendido la mecha de un linchamiento mediático incontrolable (¡se llama viral, de virus, por algo!), y lo realmente difícil es explicar por qué motivo eso que han hecho no es justicia sino venganza, es decir, una nueva injusticia que se añade a la anterior.

La red se ha convertido en un patíbulo global, donde no hay fronteras ni olvido

Recuerda el caso al cuento de 'Alicia en el País de las Maravillas', donde la joven Alicia se encuentra un juicio absurdo y escucha decir a la loca Reina de corazones: “¡El juicio después. Primero la sentencia¡”; a lo que Alicia replica, “¡tonterías! No se puede sentenciar antes del juicio”; a lo que replicó la reina enfurecida, “Cállate. ¡Que le corten la cabeza!”. ¡Que le corten la cabeza!, gritan las redes a su estilo, en forma de insultos y humillaciones, clamor por que la despidan (como así ha sido) y amenazas de todo tipo. En fin, el peso de un estigma que ya no es el de la plaza pública medieval, sino el del patíbulo global en que se ha convertido la red, donde no hay fronteras ni olvido, y donde el nombre de la mujer va a estar asociado a un hecho repulsivo para siempre. ¡Se lo merece!, dirán las hordas de glosadores digitales y televisivos; quién sabe, habrá que decir con Alicia, pero primero el juicio (el de un tribunal real, no el de los 'justicieros del click'), y luego la sentencia.