Al contrataque

Casi ficción

OLGA MERINO

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Miércoles, 7 de enero. Aún no son las once de la mañana, cuando el veterano caricaturista, de apellido judío polaco, se levanta de la silla y se dirige a la 'kitchenette' para prepararse un café. Un cortado con ibuprofeno, porque a los 80 años te duele casi todo, empezando por las rodillas. Regresa a la mesa de redacción pensando que la clave está en mantener la cabeza afilada como un lapicero Staedtler. Está de espaldas al ventanal que aboca al bulevar de Richard Lenoir y es de los primeros en verlos: de negro, encapuchados, rápidos como el rabo de una lagartija. La segunda bala le alcanza en el plexo solar, y no siente exactamente dolor, sino la fuerza del impacto, un puñetazo que quema. De repente, a cámara rápida, le cruzan entre los párpados retazos sin orden de su vida. Un beso en un portal, una carrera en Mayo del 68 y un dibujo que fue portada. Unos genitales masculinos en trazo burdo: sobre la verga escribió «Franco», y las letras del adjetivo «'assassin'» las repartió entre los dos cojones; lo hizo cuando la ejecución de Puig Antich, en 1974. «Por lo menos, he sido coherente», se dice en un fogonazo que no llega a articularse en pensamiento de tan rápido como la sangre le empapa el jersey.

Viernes, a eso de las nueve. El grafista de 27 años que es rehén sin serlo siente que el terrorista se acerca; lo sabe porque su sombra le opaca la escasa rendija de luz que penetra por la portezuela del mueble bajo el fregadero. Ahora es puro oído, como un ciego aterrado. El yihadista bebe agua del grifo; lo sabe porque escucha el rumor del chorro y la gotera del sifón, que pierde, le moja el espinazo. Tiene ganas de llorar pero no puede. Aprieta los dientes y los muslos entre sí para acallar las vibraciones del móvil. El minuto escaso que el monstruo emplea en abrevarse se le antoja un páramo de hielo inabarcable, aun cuando el mismo lapso del reloj, exacto en su amplitud, apenas le bastó en la precipitación para esconderse en el armario de los detergentes. Que extraña naturaleza la del tiempo... Se lo dice sin llegar a pensarlo porque el miedo se lo impide; la idea se le queda sin cuajar, como la clara de un huevo crudo.

Más tarde, el mismo día. Un joven contempla el espectáculo en Vincennes, su barrio de toda la vida: un terrorista pirado se ha hecho fuerte en el supermercado de los judíos y tiene rehenes. El zumbido de los helicópteros y el reflejo azulado de las sirenas envuelven la escena. El muchacho, que aún no ha cumplido los 30 años, vive todavía en la casa paterna y de la pensión del viejo, que nació en Túnez, luchó por Francia durante la guerra y trabajó en la obra. Entre los mirones, alguien bromea con que el terrorista puede tirarse días porque tiene comida de sobras. El chico sonríe y se le queda una mueca de 'j'en ai rien a foutre'. Le da vueltas a una cavilación dura como guijarro: él nació francés, pero le ven como a  un 'rebeu', un 'beur'. Un moro.