Carta al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy

JOAN SOLÉ

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A la atención del excelentísimo señor Mariano Rajoy,

Albert Einstein dijo en su momento que “hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Concepto que la Real Academia Española define como la facultad de decidir y ordenar la propia conducta. Decidir el futuro de su propio país es lo que ha llevado a la movilización de centenares de miles, incluso superando el millón, de catalanes durante tres años seguidos para hacer realidad una consulta, que no es lo mismo que un referéndum, para que tengan voz tanto los que quieran decir “sí”, como los que quieren dejar claro su “no”.

Horas después de la gran movilización, las posiciones políticas siguen iguales entre los que quieren votar y los que niegan cualquier derecho para ejercer esta votación. Se escudan en que ya se vota cada cuatro años, en la mayoría que no ha salido a la calle y en el caos social que puede producir el proceso soberanista. Señor presidente, le pido que no sea frívolo con la situación catalana y no se enroque en acciones y reacciones propias de un hombre partidista que carece del suficiente rigor político como para entender que minimizar, no solo una, sino tres manifestaciones de estas características es contraproducente para su interés, el que apuesta por mantener el status quo actual.

Catalunya se está yendo, y se irá definitivamente si no entiende que los argumentos para desprestigiar el movimiento independentista son su peor estrategia. No solo enreda en un espiral de impotencia a las mujeres y los hombres que reclaman la independencia, sino que además impide y niega la voz a los que quieren pronunciarse en contra de la secesión.

En ocasiones, sus compañeros de partido, y palmeros de sus políticas, secundan la teoría de que el movimiento catalanista se mueve en base de una teoría racial, única y excluyente. Una muestra de desconexión preocupante, más viniendo de ustedes que de la oposición, dado el cargo que ostentan. El movimiento catalanista actual nace de la semilla del activismo antifranquista, de la revolución socio-cultural para recuperar los derechos democráticos perdidos por la guerra civil y la dictadura. Un activismo transversal, que atraía a personas de distintos perfiles ideológicos, de habla castellana y origen variado. Le hablo de un movimiento que se tejió a finales se los sesenta y se desarrolló durante los setenta. La construcción de un nacionalismo que abandonó cualquier referencia a la “raza” catalana y se articuló en favor de la libertad democrática, los derechos naturales, culturales y lingüísticos. Estos últimos, sacudidos ahora por la LOMCE, más conocida por la ley Wert, que pone en duda un sistema escolar que apuesta por la vehiculación de la enseñanza en catalán. Permítame que le recuerde que, mucho antes del fin de la dictadura, en 1969, se desarrollaron las primeras campañas a favor de la enseñanza en catalán, lengua prohibida. En aquel entonces, en un pleno del ayuntamiento de Barcelona de 1975, el regidor Jacint Soler, presentó una enmienda para lograr una pequeña subvención que hiciera posible un proyecto que se quedó en intención. Lo que pasa ahora no es un capricho contra su ministro de cultura.

Si entendiera lo que pasa en Catalunya, tanto usted como sus feligreses, no le sorprendería la estampa de andaluces, extremeños, castellanoparlantes, seguidores de la selección española e incluso de inmigrantes recién llegados que apoyan la soberanía catalana. No es un movimiento en contra de nadie, es a favor de una relación de hermandad entre españoles y catalanes. Ayer, por tercer año consecutivo, el cambio mental de la sociedad fue notorio, evidente y resultado de una evolución personal y nacional. Ningún incidente, solo un grito: “Volem votar”.

El movimiento que durante tres año le perturba cada inicio del curso político no es fruto de un delirio personal o partidista. No es un hombre, Artur Mas, que arrastra a los ciudadanos y los pone en la calle. No es un partido, cuyo fundador cometió fraude fiscal, el que debilita o fortalece el ímpetu y el estado de ánimo. No, son mil entidades sociales que adheridas al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, organizaciones como la Assemblea Nacional Catalana que se constituyen con la misma alma que lo hizo su antecesora fundada el 7 de noviembre de 1971, la Assemblea de Catalunya, para constituir un movimiento que tiene su mensaje pero no su altavoz. En los setenta fue para materializar una acción unitaria en favor de la reconstrucción de un Estado franquista en uno plural y democrático, que contaba con fuerzas como el PSUC, Moviment Socialista de Catalunya, Front Nacional de Catalunya, Unió Democrática y Esquerra Republicana. Hoy, esta acción se moldea entorno al derecho a decidir con un espacio todavía más plural e inclusivo que entonces, que ya es mucho decir.

Acaben ya con el discurso de “ya pueden votar cada cuatro años”, porque aquí, en Catalunya, lo hemos hecho cada dos años, la última vez el 2012, para ratificar una mayoría parlamentaria favorable a una consulta. Su conclusión de aquellas elecciones fue que Convergència perdió 12 diputados, todo acabó. El 13 de marzo de 2013, 104 diputados de los 135 del Parlament de Catalunya votaron a favor de una resolución sobre el derecho a decidir propuesta por el PSC para posibilitar la celebración de una consulta. ¿No es esta una muestra de que Catalunya no es solamente el nombre de sillas que ocupan los 50 diputados de CiU? ¿No es consciente del acuerdo que llegaron fuerzas tan distintas como CiU, ERC, ICV-EUiA y CUP para hacer realidad una pregunta?

Solo las urnas, y las repuestas en unos sobres de los ciudadanos catalanes, pueden acabar con el relato prolongado de un encaje que unos imponen y otros se inventan. Ni el independentismo, ni el federalismo ni el centralismo pueden erigirse como la opción que “quieren los catalanes”, porque todavía nadie les ha dado voz. La última vez que se hizo supimos que hay mayoría para votar. ¡Hagámoslo! ¿Sabe usted que puede ganar su opción? No se enroque, ¡haga política!

Señor presidente, me despido de usted con todo el respeto que merece su cargo y le pido que deje a las instituciones catalanas convocar esta consulta en el marco de la legalidad catalana. La convocatoria de una consulta está ratificada y enmarcada legalmente por el Estatuto de Autonomía que usted tan visceralmente trató de prohibir con cuatro millones de firmas. Y el Estatuto, cuenta con la aprobación del Tribunal Constitucional que negó el carácter de “nación” para Catalunya. Con voluntad, y dando voz al pueblo, podemos resolver esta situación de una vez por todas.

Cordialmente,

Joan Solé