LA CAVERNA AZULGRANA
El carrusel del odio eterno
Albert Martín Vidal
Periodista
ALBERT MARTÍN VIDAL
En algún rincón del cosmos se desarrolla un bucle en que Muhammad Ali descarga su brazo derecho sobre la cabeza de George Foreman. Ocurre una y otra vez: el pandero de Foreman no ha rozado el suelo cuando su mejilla izquierda vuelve a acoger el brutal golpeo que le deja tieso.
Junto al ring, un perro destripa hasta la eternidad al gato al que ha pillado por sorpresa, mientras el vecino del sexto hace como que no ve al del tercero en un viaje de ascensor que se alarga durante décadas. Un poco más allá un niño solloza a mares ante un humeante plato de acelgas y en la cola del súper se desencadena una trifulca entre dos abuelas que querían colarse (Héctor viste pañuelo rojo, Aquiles es la de la falda de cuadros). Son las estampas que giran y giran bajo la música en el carrusel del odio eterno.
En efecto, la visita de La Banda al Camp Nou siempre nos pone poéticos. Porque fíjense que esta vez llegan sin esa tragicómica caricatura de Belcebú que tenían por entrenador, pero aun así, se acerca el día y volvemos a bombear con el vigor de antaño. No en vano traen consigo al resto de la troupe: vendrá Ramos, vendrá Pepe, vendrá Khedira y, que Dios todopoderoso lo permita, vendrá Sabi. En el palco presidencial, por supuesto, Florentino hará de titiritero mayor; y está previsto que Cristiano vuelva a marcar para presumir de muslo, mandar callar, pedir calma o hacer un calvo televisado a todo el planeta.
Claro que también hay margen para la novedad. Por algún flanco irrumpirá la cresta supersónica de Neymar y tal vez asistamos al insólito espectáculo de ver una protrusión cabalgando hacia el gol. Será bello comprobar si Isco se ha transmutado definitivamente en Iniesta y si Iniesta sigue empeñado en transmutarse en Amor.
Los de blanco saben que una derrota les descuelga, los de azulgrana, que todo lo que no sea ganar llevará el gatillazo a millones de hogares. Y así es como en uno y otro lado se empieza a disfrutar del genuino sabor de la bilis, porque hablamos, ya lo saben del espectáculo menos edificante del mundo, el que nos recuerda que somos cautivos de nuestros instintos más bajos. Durante unas horas, algo tan maravilloso como el fútbol se convertirá en la simple oportunidad de increpar, tenaces, al de la orilla de enfrente. Todo muy penoso y reprochable.
Penoso y reprochable, sí, aunque también catártico, sincero y honesto: cuando comience el choque y nos asombremos ante nuestra capacidad de odio, nos veremos puros, desnudos y reconciliados con nosotros mismos. Y si además en este drama vamos con Messi, prepáremosnos a gozar, porque los arbeloas acabarán la noche destrozados. Así es el clásico, esa rima perpetua de odio y felicidad. ¡Aleluya!
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