DOS MIRADAS / Por fin en el banquillo

La carraca de Millet

Parecía imposible  llegar a ver ese momento, pero tras un sinfín de dilaciones judiciales Fèlix Millet y sus adláteres del Palau de la Música fueron juzgados a partir de marzo. El juicio duró hasta junio.

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EMMA RIVEROLA

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Ay, Millet, si tú hablaras. Si un día nos confiaras todos tus secretos. Esos que se tejían a fuego lento en el refugio de los despachos, en las mesas de los restaurantes, en los corrillos de los eventos importantes, esos a los que solo va gente ilustre. Gente como tú. Bueno, más bien como tú eras. Ahora ya nadie de los que corrían a saludarte te quiere ver cerca. Más bien no quieren ser vistos junto a ti. ¿Cómo se vive siendo un apestado social?

En la Barcelona medieval, en la actual plaza del Pedró, fuera de los muros de la ciudad, se construyó el hospital de leprosos. Allí llegaban los cortejos fúnebres encabezados por el propio proscrito. Liberado ya de todas las cargas terrenales, era ungido por última vez, despedido por familiares y vecinos y recluido en el hospital.

Una vez traspasados aquellos muros, ya no había posibilidad alguna de retorno a la vida. Si la pobreza acuciaba al hospital, el leproso podría vagar por las calles, cubierto con un manto oscuro, armado con un bastón, un barrilete colgado del cuello donde recoger las limosnas y una carraca o una campanilla para anunciar su paso. Le quedaban vetados los caminos estrechos, acercarse a los vivos, tocar cuerdas o soportes de los puentes y caminar en dirección del viento.

Ay, Millet, ya sabes. Los hombres invisibles no tocan, no hablan, no respiran… No existen.