Editorial

Carpetazo a la guerra judicial en el Barça

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La historia del Barça es una historia de éxitos deportivos, pero también, en ocasiones, de sonrojantes miserias personales. El club azulgrana ha vivido los últimos cuatro años un insólito litigio judicial iniciado por la junta de Sandro Rosell (y mantenido por la de Josep Maria Bartomeu) contra la de Joan Laporta, a la que se reclamaban nada menos que 47 millones de euros para compensar las presuntas pérdidas del club por mala gestión económica en el periodo 2003-2010. Un juez de Barcelona ha fallado ahora que no ha lugar a esa demanda porque no hubo tales pérdidas, lo que avala la sospecha, ampliamente extendida en el cuerpo social barcelonista, de que las razones de la querella fueron completamente subjetivas, derivadas de la relación de amor/odio que tuvieron Laporta y Rosell. Una herencia a la que luego no pudo, no quiso o no supo sustraerse Bartomeu, en cuya mano está ahora dar por terminado este lamentable episodio o mantener abierta la herida recurriendo el fallo. Dirigir el Barça, en el que todo adquiere unas dimensiones y una trascendencia desmesuradas, no es fácil, pero lo que menos necesita el club son cainismos, y menos si están basados en los instintos y no en la razón. El equipo está iniciando una etapa de reconstrucción en la que precisa un entorno lo más tranquilo posible. Y sobre todo, la masa social culé, propietaria del club, se merece mayor respeto. El espectáculo debe estar en el terreno de juego, no en los despachos y mucho menos en los juzgados.