EL ANFITEATRO

Carmen en la clínica de la doctora Aslan

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ROSA MASSAGUÉ

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Se levanta el telón y se ve una sala cuya decoración recuerda la de los edificios oficiales de los países del Este de Europa en los años 60. El espacio es tan aséptico e impersonal que bien podría ser una clínica como la de la rumana doctora Aslan donde los pacientes buscaban la eterna juventud. Y es, efectivamente, una clínica a la que acude una pareja, por instigación de la señora, porque al consorte algo le falla, es de suponer que en la cama. Así, con un diálogo teatral, empieza una ‘Carmen’ pasada por el pesquis creativo del director de escena Dmitri Tcherniakov en el cartel del Festival d’Aix en Provence.

El remedio a los males del caballero según propone el doctor es una terapia de choque que consiste en la representación de aquella ópera en la que todos los demás personajes, incluida la cigarrera de Merimé y Bizet, son comparsas en el juego de rol. Así, Don José se erige en el protagonista, primero con una actitud pasota e incrédula que va modificando a medida que avanza la trama para acabar abducido por el juego que confunde con su propia realidad.

La Carmen de Tcherniakov no es la mujer libre, consciente de que en conservar su libertad le va la vida. Aquí es una empleada que sabe que está interpretando un papel aunque al final este papel le afecte. Y Micaela no es la chica embobada de Don José. Es la mujer que al principio ha llevado a su pareja a la terapia. Su curiosidad por el progreso del tratamiento la empuja a participar en el juego e interpreta el papel de Micaela para acabar dándose cuenta de qué gran error ha sido buscar la curación del marido.  

Para esta forma de teatro dentro del teatro Tcherniakov ha prescindido de los diálogos hablados contenidos en la ópera y ha añadido otros de cosecha propia así como las indicaciones escénicas del propio libreto que en este caso ayudan a la comprensión ya que el decorado es el mismo durante toda la representación.

Tcherniakov es capaz de crear grandes y hermosos relatos escénicos como ‘La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh’, de Rimski-Kórsakov, como hubo ocasión de comprobar en el Liceu en el 2014, o ‘El príncipe Igor’, de Borodin, en el Met de Nueva York. Pero también de inventar y superponer tramas como hizo con ‘Don Giovanni’ también en el festival de Aix (después en Madrid) haciendo necesario un manual de instrucciones para entender quién era quién y qué es lo que estaba pasando.

Esta ‘Carmen’ no llega a aquel extremo. Todo es bastante más comprensible sin necesidad de castañuelas, panderetas o trajes de luces, lo que, a decir verdad, se agradece. Sin embargo, el distanciamiento casi brechtiano que propone Tcherniakov deja sin pasión el juego amoroso. Carmen arremete la célebre ‘Habanera’ como si fuera un disco solicitado y resulta más que obvio que la flor que le lanza a Don José es una pieza de atrezo que no consigue primero sujetar a sus cabellos ni después soltar. El lugar de la pasión acaba ocupándolo la fuerza. Es una ‘Carmen’ muy física, de mucho esfuerzo corporal, en la que los intérpretes se dejan el sudor y la piel, en especial Don José.

La propuesta del director de escena es inteligente, sí, pero también muy discutible, y no faltan tonterías innecesarias que poco o nada añaden a la representación como es la irrupción en el escenario de un grupo de policías en plan ‘hombres de Harrelson’, armados hasta los dientes.  

LA VERDAD DE LA BUENA // Ya sabemos, todo es una representación dentro de una representación, pero la auténtica verdad, la verdad de la buena, está en la interpretación musical, en las voces y en la orquesta, la de París que inicia su residencia de tres años en el festival, con Pablo Heras-Casado al frente. El director no necesitó hacer hincapié en el folclorismo para ofrecer una lectura enérgica de la partitura con buenas dinámicas y mucho detalle.

La mezzosoprano Stéphanie d’Oustrac supo transmitir con su voz toda la musicalidad de la Carmen de Bizet que poco se avenía con la gestualidad exagerada del papel que le tocaba interpretar en este juego, pero al mismo tiempo permitía descubrir la vis más teatral de esta cantante a la que es más frecuente escuchar en el repertorio barroco.

En esta ‘Carmen’, que debería llamarse ‘Don José’ dado el protagonismo del personaje en esta producción, el tenor estadounidense Michael Fabiano bordó el papel desde la incredulidad inicial –llena de risas irritantes--  hasta confundir con la realidad lo que solo es un juego. La voz, la afinación, las notas, todo estaba en su sitio y muy bien colocado. Sin olvidar el agotador ejercicio teatral a que Tcherniakov somete a su personaje. Elsa Dreisig, como Micaela, no deslucía en este cuadro de honor.

No es habitual que los personajes secundarios sean también de primera y eso es lo que eran. Merece destacarse Gabrielle Philiponet (Frasquita) con unos agudos de categoría, así como Virginie Verrez (Mercedes). Junto a estas dos voces importantes estaban las de Christian Helmer (Zúñiga), Pierre Doyen (Morales), Guillaume Andrieux (Dancaire) y Mathias Vidal (Remendado). La única nota discordante en este muy buen nivel vocal fue el Escamillo de Michael Todd Simpson.

Completaba este apartado el coro Aedes, obligado a un considerable esfuerzo físico, pero ello no fue en detrimento del resultado musical. También cumplieron con nota los niños de la escolanía Bouches-du-Rhone a quienes se les escamoteó desfilar como soldaditos y tuvieron que cantar su parte desde el foso mientras en el escenario el coro adulto mimaba el canto infantil.   

Ópera vista el 6 de julio.