Gente corriente

Carmen Burgos-Bosch: "Vivir en la Pedrera inspira para crear"

Inquilina de la Pedrera. Vive en el abracadabrante edificio diseñado por Gaudí desde hace más de 60 años.

«Vivir en este edificio inspira para crear»_MEDIA_1

«Vivir en este edificio inspira para crear»_MEDIA_1

OLGA MERINO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando en diciembre de 1986 CatalunyaCaixa compró el envejecido edificio de la Pedrera, respetó los contratos de los vecinos. Carmen Burgos-Bosch (Barcelona, 1931) es uno de los cuatro inquilinos que residen en régimen de alquiler en la llamada Casa Milà, Patrimonio de la Humanidad.

-Llegué aquí en 1950, cuando me casé con Lluís Roca-Sastre Muncunill. Pero mi suegro había entrado a vivir mucho antes, en 1944.

-Una saga de notarios.

-Mi suegro, Ramon Maria Roca-Sastre, instaló la vivienda y la notaría en el primero, en un piso de 600 metros cuadrados, por 1.600 pesetas al mes. Los amigos intentaron disuadirlo: «No te metas en esa casa tan polémica, que no tendrás clientes».

-¿Y los tuvo?

-A montones. Créame que el despacho se convirtió en una especie de santuario o academia. Acudían abogados, registradores, procuradores, notarios jóvenes a escucharlo. Decían que estaban en el cielo… Este edificio tiene algo especial, ¿sabe?

-No lo dudo.

-Mi suegro escribió aquí un tratado de derecho hipotecario y también contribuyó a la compilación del derecho civil de Catalunya. Aún me acuerdo de su esposa llamándolo: «Ramon, que se te enfría la comida».

-O sea que la Pedrera inspira.

-Ya lo creo. Mi marido se levantaba a las seis de la mañana y tecleaba en la máquina -escribió obras sobre el derecho de sucesiones- hasta que llegaba la hora de bajar al despacho. Hubo un tiempo en que los Roca-Sastre ocupaban tres plantas; los llamaban los notarios de la Pedrera.

-¿Cuánto mide su piso?

-Este es más pequeño; mide 300 metros cuadrados, pero solo uso la parte de delante, la que da al paseo de Gràcia.

-Contrato indefinido, supongo.

-Puedo vivir aquí hasta el día en que me muera. Pero el alquiler no puedo subrogarlo a mi hija.

-¿Puedo preguntarle cuánto paga?

-Huy, más de lo que cobro de pensión por ser viuda de notario.

-¿Mucho?

-Sí. ¿Sabe?, mi marido era tan feliz de vivir en la Pedrera... Estuvo un año enfermo de cáncer y me dijo: «Cuando empeore, no me lleves a la clínica; quiero morir en mi casa». Se paseaba por el pasillo y decía que era su balneario. Esta casa inspira para crear.

-¿Le han hecho ofertas de permuta?

-No… Lo que me sabe mal es que a Gaudí no lo valoren como merece.

-Ahora parece que sí.

-No se crea. De vez en cuando viene a visitarme una joven que está haciendo una tesis sobre la luz en Gaudí. Cada día descubro cosas nuevas. El sol es un habitante más de la casa; cuando me echo a dormir la siesta, la luz me cubre. Y el tráfico apenas se nota, y eso que por aquí pasan todos los autocares del mundo.

-Y los turistas, ¿molestan?

-Ni me entero. Además, es la casa más vigilada de Catalunya. Lo controlan todo con cámaras, desde la portería hasta la azotea. Me siento muy segura.

-Imagino que habrán rodado en su casa alguna película. ¡Cuántas antigüedades!

-Esto era un museo del modernismo, pero cuando falleció mi marido vendí muchos objetos. Aquí filmaronLos mares del sur.

-Basada en la novela de Vázquez Montalbán, ¿no?

-Ocuparon la cama de matrimonio, de marquetería, hecha por Gaspar Homar, el gran ebanista del modernismo, para poner a una rubia desnuda. Focos por aquí, maquilladores por allá, raíles sobre el suelo para mover la cámara…

-¿Cuál es su habitación favorita?

-El techo del salón es especial. Bassegoda Nonell, quien más sabe de Gaudí, me explicó que esos signos de ahí representan el lema de los Jocs Florals: patria (las cuatro barras), fe (la cruz) y amor (el corazón). En una esquina también se ve la firma de Gaudí… ¿Sabe?, yo conocí a la dueña del inmueble.

-Cuente, por favor.

-Rosario Segimon vivió aquí. Había enviudado de un indiano muy rico, Josep Guardiola, y se casó en segundas nupcias con Pere Milà. Por eso se llama la Casa Milà. La gente bromeaba porque no sabía si el nuevo marido se había casado con la viuda de Guardiola o con laguardiola; es decir, con los ahorros de doña Rosario.