MIRADOR

Cardenal, déjenos en paz

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Bucear en el lapidario de Antonio María Rouco Varela garantiza un rato de  cabreo, pero es también un ejercicio imprescindible para retratar en toda su dimensión a uno de los personajes que ha ejercido un poder más que perjudicial para las libertades de este país. Nunca desde un púlpito y bajo el pretexto de la moralidad se lanzaron consignas tan inmorales (y en su momento tan aplaudidas por el PP).

Porque el cardenal arzobispo de Madrid, el mismo que pronosticó que «sin la verdad del matrimonio, el organismo vivo se desintegraría» (que por si alguien aún lo duda es mentira), es también quien llenaba la plaza Colón de Madrid de feligreses cuyo catecismo incluía insultar al entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Y eso que a la Conferencia Episcopal no le fue nada mal con el Gobierno socialista, al menos en la terrenal dotación del Estado a la Iglesia católica.

Rouco, el que dice que «la gracia de Dios» nunca nos falta, ha lanzado unas peroratas contra el matrimonio homosexual indignas de alguien que se precia de ser un servidor de ese Dios. Sirva de recordatorio la siguiente perla: «Autorizar el matrimonio homosexual hará quebrar a la Seguridad Social». O esta otra: «La unión de personas del mismo sexo no puede ayudar al progreso de la sociedad». La Seguridad Social quebrará si un día no puede pagar todas las prestaciones de desempleo, sean de parados heterosexuales, homosexuales o de cualquier otra tendencia o si la pirámide poblacional sigue invirtiéndose. En este segundo caso, si todos, hombres y mujeres, homosexuales o no, tuviésemos más facilidades para conciliar nuestra vida laboral y familiar, tal vez la caja común que tanto preocupa al cardenal no se vaciaría tan rápido.

En su última etapa al frente de la Conferencia Episcopal, una de sus obsesiones (esta también compartida por el PP) ha sido la unidad de España: «La unidad de la nación es una parte principal del bien común de nuestra sociedad que ha de ser tratada con responsabilidad moral». Sí, para Rouco, solo existe una nación, la suya, y eso le ha llevado a aprovechar cualquier ocasión, para terciar en el debate sobre el modelo de Estado. La última vez (y de nuevo de manera desafortunada) ha sido en el funeral de Estado por Adolfo Suárez profiriendo insinuaciones guerracivilistas que definen a la perfección un integrismo que no hay casulla que disimule. Claro que solo alguien como él podía utilizar otro funeral, el de las víctimas del 11-M, para recuperar teorías conspirativas.

Así es Rouco, el arzobispo que quiso hacer política y lo consiguió, porque a unos les iba bien (PP) y otros no se atrevieron a plantarle cara (PSOE). Al resto solo nos queda pedirle que, por favor, nos deje en paz de una vez.