Análisis

O yo o el caos

«Debe haber una oposición, pero necesita que haya un Gobierno» fue lo más cerca que estuvo Rajoy de pedir su investidura

Mariano Rajoy, el pasado martes, antes de pronunciar su discurso de investidura.

Mariano Rajoy, el pasado martes, antes de pronunciar su discurso de investidura. / periodico

CARMEN JUAN

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No hubo sorpresas, tampoco me las esperaba cuando me dispuse a escuchar a Mariano Rajoy. Todos, él el primero, saben que celebra su sesión de no investidura. Quizá por eso me acordé del Sombrerero Loco de Alicia cuando exclama: «¡Este reloj lleva dos días de retraso! ¡Con razón se te ha hecho tarde!». Dos días no, ¡seis meses de retraso!

Rajoy empezó poniendo sus cartas sobre la mesa: España necesita un Gobierno con urgencia, los españoles prefieren al PP y no hay otra alternativa. Lo dijo Blas, punto redondo. No sé qué me pasa, pero es oír a Rajoy y ponerme viejuna. Ese arranque que apela más a la resignación que al entusiasmo no presagiaba nada bueno. Rajoy entró en bucle, empezó a repetir que España necesita un Gobierno a pesar de que todo va de maravilla, la economía crece, se crea empleo, y lo hemos hecho tan bien que el PP «es el único partido que ha visto crecer su apoyo electoral». ¡Zasca! Aplaudían los populares con el mismo entusiasmo contenido con que su líder desgranaba sus logros. Empezaba a preguntarme para qué necesitamos un Gobierno con lo bien que nos va, y Rajoy dice que o tenemos Gobierno o vendrá Bruselas y se nos comerá.

Media hora de discurso y Rajoy seguía hablando de un Gobierno «estable, duradero, sólido y tranquilizador»... Reprimí algún bostezo y lo superé entrando en Twitter, donde encontré el hooliganismo y la indignación habitual, y un emoji de Rajoy que me pareció lo único novedoso.

Iba a por mi tercer café cuando Rajoy habló de corrupción, y me espabilé de golpe. Bueno... Duró poco, apenas le dedicó dos minutos y fue para decir que había puesto en marcha «mecanismos para que los corruptos devuelvan hasta el último euro robado». Risas. Perdón, quiero decir aplausos.

Se empezaba a hacer eterno, Rajoy seguía desgranando cansino y apático sus planes. Pacto para preservar las pensiones, ahora que han dejado temblando su hucha. Pacto nacional por la educación (ay, señor Wert, que solo va a quedar de usted la canción de Les Macedònies). Pacto contra la violencia de género (ya tardan). Pacto por la unidad de España. Ahí me desperté de golpe y Rajoy también, sacó la artillería pesada para defender a los catalanes, que como él mismo dice «hacemos cosas», y para atacar a los independentistas, que «son pocos» y «sin fundamento». Tras el comodín catalán, que siempre anima un debate y unas elecciones, escucho a Rajoy como si me leyera el pensamiento: «¿Hay alguien aquí que esté pensando en convocar otra vez a los españoles a las urnas?». Está llegando al final, lo noto... «Debe haber una oposición, pero necesita que haya un Gobierno» es lo más cerca que ha estado Mariano Rajoy de pedir el voto a su investidura, convencido como está de que o yo o el caos.

Se va Rajoy del hemiciclo y pienso en el Jovencito Frankenstein, que la muerte de Gene Wilder me ha refrescado, y en la escena en la que desentierran a un muerto para su experimento: «Podría ser peor -dice Marty Feldman-. Podría llover». Y llueve.