Peccata minuta
Cantando sobre la lluvia
En Catalunya, nuestro país, la lluvia no sabe llover, pero en el de al lado, sí, y de lo lindo
Shakespeare profetizó en El sueño de una noche de verano el cambio climático -¡ya a principios del XVII!- asegurando que provenía de las discordias entre Oberón y Titania, reyes del bosque. Unos siglos más tarde, en 1965, el cantautor Raimon, hombre de su tiempo pero también del tiempo, nos contaba en su Cançó del que es queda: «Plou. Cinc dies que plou, cinc dies que vivim sense sou, i plou, i no es pot treballar...». Mala noticia para los artesanos del tocho, pero excelente para la pertinaz sequía que Franco intentó paliar con sus pantanos. Sí, en nuestra infancia llovía mucho, como llovía medio siglo antes en los cristales de la escuela del poema de Machado, y aún antes, en el Arca de Noé. Y salían los caracoles a pasear hasta que el arcoíris les devolvía a su casita. Fue el mismo Raimon quien, ya en 1983, retomó el tema para advertirnos de la escasa alfabetización de aguaceros, chaparrones y chubascos locales: «Al meu país la pluja no sap ploure: o plou poc o plou massa; si plou poc és la sequera, si plou massa és la catàstrofe».
Probablemente, lo mejor que haya pasado en los últimos cien días catalanes son las cuatro gotas que cayeron estos últimos días en Barcelona, batiendo la aridez su anterior récord de 1928 y triplicando los 29 días de Luis Enrique sin perder. Si sacamos cuentas, veremos que el inicio del agostamiento catalán coincide mágicamente con la constitución de su Parlament después de las últimas elecciones.
Y ahora es Albert Pla quien toma la palabra: «Hi ha sequia, hi ha sequia a la comarca. Un tràgic racionament d'aigua / els porcs moren a les granges, / els iaios sen's deshidraten. I ara haurem de resignar-nos a sofrir la cara bruta de l'amor».
La discordia
Podríamos decir, parafraseando a Shakespeare, que, en nuestro caso, es la discordia, la cara sucia del amor entre los pueblos, la causa de los actuales estragos medioambientales. Y Raimon lo vendría a confirmar. En Catalunya, nuestro país, la lluvia no sabe llover, pero en el de al lado, sí, y de lo lindo.
Y esto me lleva a pensar que la famosa desconexión va terriblemente en serio. El primer síntoma fue desconectarnos de la lógica matemática anunciando urbi et orbi que en la nueva Catalunya un 48% es más de la mitad, y mucho me temo que la actual falta de lluvia va por el mismo camino, al querer incluir entre las nuevas estructuras de Estado un microclima propio. Pero también podría ser que Madrid, en lugar de anular la autonomía o mandarnos los tanques, haya decidido aniquilarnos con plagas bíblicas encargadas a los dioses de la lluvia por los prestigiosos hechiceros Rouco y Cañizares. Y, para colmo de males líquidos, quieren jodernos el Delta. Atacan por tierra, mar y aire. Son muy malos.
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