Pequeño observatorio

La canción de las pequeñas cosas

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Japoneses, chinos, árabes y diversos asiáticos los ha habido siempre. Naturalmente. Pero para la mayoría de los europeos eran unas personas muy lejanas y de vida ignorada. Solo algunos personajes literarios y algunos emperadores exóticos eran conocidos y aparecían ocasionalmente en la prensa occidental.

Podríamos hablar, ahora, de una revolución informativa. Hemos sabido, progresivamente, que Oriente existía y estaba vivo. Hemos tenido noticias de unas potencias demográficas, de unas fuerzas militares, de unas economías en expansión. Y de la existencia de la corrupción. Como aquí. La última información, por ahora, es que la justicia china ha condenado a Bo Xilai a cadena perpetua. Lo ha hecho saber Adrián Foncillas en este diario. El dirigente chino ha sido acusado de sobornos, malversación de dinero público y abusos de poder. Y dicen que tendrá que cumplir la pena de cadena perpetua.

La pena de muerte significa la desaparición de este mundo. No sé si es peor la cadena perpetua, que es la prohibición del acceso, día tras día hasta la muerte, a las pequeñas satisfacciones cotidianas que puede ofrecer la vida. Puedo imaginarme la muerte. Me cuesta más, y me angustia más, pensar en seguir viviendo privado de los pequeños placeres, los pequeños estímulos cotidianos, aislado para siempre de la vida vulgar y cotidiana.

Me ha venido a la memoria una canción que cantaba Yves Montand y que llevaba este título tan sencillo y tan vital: Les petits riens. Las pequeñas cosas. No ver nunca como madura el trigo, canta Montand, líricamente, no sentir como ríe un niño, ni el eco de una música. Ni un rayo de sol. Las pequeñas cosas de la vida. Un arcoíris. No poder escuchar el canto de un pájaro ni sumergirse en la dulzura de un atardecer. No volver a reencontrar al amigo. Todos aquellos petits riens, aquellas aparentes insignificancias con las que nos alimentamos desde que el día nace.