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Campaña sobre campaña

Mariano Rajoy interviene en el pleno de su investidura fallida en el Congreso.

Mariano Rajoy interviene en el pleno de su investidura fallida en el Congreso. / periodico

JORDI ÉVOLE

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Lo han conseguido: han agotado al personal. En pocos meses han logrado que los que soñaban con que otra política era posible, estén o hartos o confusos. Me refiero al personal en general, pero en particular a sectores de los dos movimientos que en los últimos tiempos más ilusiones han despertado: uno, el que ansía la regeneración de la política española, y el otro, el que pretende la independencia de Catalunya.

Hace justo un año aún no habíamos votado en las elecciones catalanas ni en las generales. Las primeras pretendían ser plebiscitarias: a favor o en contra de la independencia, un intento de aclarar las cosas. Tras la jornada electoral, el lío: los independentistas ganaron en escaños y perdieron en votos. Confusión por un tubo y más hojas de ruta que en el París-Dakar, una carrera que ni empieza en París ni acaba en Dakar. En pocos años, el independentismo ha ilusionado -y mucho- a los suyos. Primero con manifestaciones multitudinarias; luego con una consulta indispensable (el 9-N) pero que ahora muchos consideran un error; más tarde con unas elecciones plebiscitarias que tenían que ser definitivas, pero que tampoco lo fueron. Y como la imaginación del independentismo es infinita ahora nos proponen un RUI: referéndum unilateral de indedependencia, porque este sí que será el definitivo. Igual sí, pero detecto cierto hartazgo en sectores de la tropa, cansados de zanahorias que nunca acaban de tener el sabor prometido. Y sí, el independentismo volverá a salir en masa a la calle en la Diada pero igual las ilusiones no están tan intactas como cuando todo era un movimiento desde abajo, sin el manoseo político que ha sufrido.

MIRARSE EN EL ESPEJO ESPAÑOL

Curiosamente uno de los grandes consuelos del independentismo catalán es mirarse en el espejo español. Porque en Catalunya al menos hay gobierno, aunque se consiguiese en el último minuto y de forma rocambolesca. En España, ni eso. Hace un año, antes de las elecciones de diciembre, tenía la sensación de vivir un momento top: había tanta peña ilusionada por cambiar las cosas que algunos olieron que el cambio podía llegar. Está claro que el olfato falló. Tras el escrutinio de los votos, PP y PSOE encabezaron la clasificación. Pero como nadie sacó mayoría absoluta, se cocinaron pactos.

El menú fue penoso: la derecha pasó de la investidura y la izquierda acabó tirándose los platos a la cabeza. ¡Oído, cocina, marchando una ración de desilusión! Y otra convocatoria de elecciones. Resultado: de nuevo, nadie con mayoría absoluta y PP y PSOE volvieron a liderar la segunda vuelta. Otra desilusión para los seguidores de la nueva política, que a veces cuesta distinguirla de la vieja. Y como aquí no hay quien gobierne, dicen que igual tenemos que volver a votar. Y la gente está harta. Muy harta. Solo nos queda el recurso del humor a ritmo de villancico: «'Campaña sobre campaaaaa-aña, y sobre campaña uuuuuuna, asómate a la ventaaaaaaa-ana, verás el voto en la uuuuuurna'».