Pequeño observatorio

Caminar, mirar, respirar

He releído alguno de mis libros de largas caminatas y me ha dominado la añoranza

JOSEP MARIA ESPINÀS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Una de las cosas que más siento, por la acumulación de los años, es haber perdido la capacidad de caminar deprisa y durante un buen rato. Sin duda influye en esta decepción el hecho de haber caminado bastantes horas seguidas, durante 12 o 15 días seguidos, cuando hacía una serie de viajes a pie para convertir luego las experiencias vividas en libros. He releído alguno de ellos y la verdad es que me he sentido dominado por un sentimiento que no es muy propio de mi carácter: la añoranza.

Nunca he sido un atleta, ni he hecho gimnasia, ni he ido a ningún centro deportivo a trabajar mi débil musculatura. En algún lugar he explicado que cuando era un adolescente mi padre me llevó un día a un gimnasio para que fortaleciera mis músculos. El profesor me llevó ante unas barras paralelas para que hiciera unas flexiones. Al cabo de un rato se me acercó y, en vez de corregir mi postura, me preguntó: «¿Cuántas flexiones has hecho?».

Yo no lo sabía y me advirtió: «Siempre tienes que saber qué estás haciendo». Desde entonces lo he recordado toda la vida, hasta el día de hoy. Fue aquella una lección mucho más provechosa para mí en aquel momento que dedicarme en serio a dar más potencia a la musculatura.

De todas formas, echo de menos aquellas largas caminatas, sobre todo cuando el terreno más o menos plano daba a mis piernas un impulso rítmico. No es que yo sea un devoto de Lope de Vega, pero encuentro muy bonitos estos dos versos suyos: «Parecéis hijos del aire / en el aire del andar».

Más allá de la imagen poética que pueda suponer, caminar es para mí -siempre que no se tenga prisa- la recuperación de una conciencia de vida, acompañado todo ello por la sucesión de variados y pequeños espacios.

Tengo la impresión de que me saludan cuando paso por delante, y yo les correspondo, con voz muy baja, «buenos días, señora farmacia; que vaya bien, señor café...».