monólogos imposibles

Cambio de bandera

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Cambio de bandera / periodico

JOAN BARRIL

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Se acabó. Y no me preocupa en exceso. Algo debe de haber pasado entre Antonio y yo. O, mejor dicho, alguien debe de haber pasado para que El Zorro se haya liado con una zorra. No es nada nuevo. También me cansé de Don Johnson y, sin embargo, volvimos a reincidir en nuestro matrimonio. Divorciarse es fácil. Lo difícil es volver a empezar. Y no creo que con Antonio hubiera habido posibilidad alguna de empezar nada que no fuera lo de siempre. A veces dudaba entre la rutina de un matrimonio de 18 años o la aventura de volver a pisar el mundo sin ser la mujer de nadie. Lo mismo le debió de suceder a él. Me conoció cuando interpretaba papeles de jovencita ingenua, pero la ingenuidad es lo primero que se pierde. Divorciarse es menos emocionante que un Oscar. Nadie te aplaude ni nadie te da nada. Pero los abogados harán bien su trabajo y nos partiremos las propiedades como dos socios que han dejado de interesarse. Ahí se queda él con sus fragancias y sus éxitos. Y aquí me quedo yo, compuesta y sin el caballero español que durante tantos años me lució por el mundo.

Se acabó también aquel extraño ritual de las procesiones de la Semana Santa malagueña, en las que Antonio ejercía de mayordomo de su cofradía. España es difícil de entender. Incluso sabiendo que Antonio era hijo de un comisario de policía. Los comisarios quieren saberlo todo de los demás pero dejan su retaguardia desguarecida. No pasó desapercibido el cariñoso baile que Antonio mantuvo ante todos durante el Festival de Cannes con la modelo Natalie Burn. Dicen que era una manera de arreglar nuestra relación. ¡Curiosa manera la del caballero español! Porque no hay nada que me sulfure tanto como que me pongan en ridículo delante del público.

Me lo contaba mi madre, Tippi Hedren, constantemente acosada por Hitchcock. Le había amenazado con cortarle las alas si ella no aceptaba irse con él a la cama. Cosas del mago del misterio; el poder del director que va más allá de sus propias incapacidades. Un poco más y le hace saltar un ojo mientras le lanzaba pequeñas maquetas de aves sobre el rostro en la película 'Los pájaros'. Nada de eso ha pasado con Antonio. Cuando llegó a Hollywood ni siquiera sabía hablar en inglés. Era un apuesto y exótico chulo de los que no castiga. Fuimos felices y no me arrepiento de esos largos años que pasé en su compañía. Pero una cosa es vivir y otra, envejecer. Y ni él ni yo teníamos ganas de acabar siendo una pareja venerable. Ni él ni yo estamos hechos para una vida demasiado larga. Todo lo más para unos minutos, unos silencios confortables, unas risas y alguna caricia con la que recordar lo que alguna vez fuimos.

Hay muchos millones en juego. Pero la mitad de muchos millones siguen siendo muchos millones. Lo único que le pido es que me ceda a nuestros tres perros y la custodia de Stella del Carmen, nuestra hija en común. Stella está a punto de cumplir 18 años y ya será mayor cuando tenga que decidir dónde quiere ir a cenar, si con papá o con mamá. Decimos que el fin del amor consiste en acabar con los vínculos de dependencia. Pero, en el fondo, el fin del amor no es otra cosa que iniciar nuevos vínculos y nuevas dependencias. He abierto el armario y de allí han salido una vez más mis armas de mujer. Espero que todavía estén en buen uso y que, en el fragor del combate judicial, ninguno de los dos salga herido.