El crecimiento de la economía española

Calvinismo sureño

No sé si hemos aprendido la lección, pero quien sí lo hizo fue Alemania de que el euro se hundiera por culpa nuestra, allá por los trágicos 2011 y 2012

De izquierda a derecha, el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, el francés, François Hollande, el español Mariano Rajoy y la cancillera alemana Angela Merkel.

De izquierda a derecha, el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, el francés, François Hollande, el español Mariano Rajoy y la cancillera alemana Angela Merkel. / periodico

JOSEP OLIVER ALONSO

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Hace un tiempo que las preguntas se agolpan. ¿Es posible que España crezca a ritmos importantes sin endeudamiento exterior? ¿Hemos abandonado el modelo de crecimiento católico y mediterráneo? ¿Es posible que hayamos abrazado el calvinismo del norte alemán?

No son cuestiones secundarias. Porque nuestros tradicionales males derivan del apego al crecimiento del crédito, del consumo y la construcción y, finalmente, del recurso al ahorro internacional. Una seña identitaria con un coste social, y económico, no menor. Desde la Segunda Guerra Mundial, no hay país en Occidente que haya superado el 20% de paro, algo demasiado habitual para nosotros: el 22% en 1985, el 24% en 1995 y el 27% en 2013. Unos récords que no desearía para nuestros hijos o nietos.

UNA ETAPA INSÓLITA EN LA HISTORIA MODERNA

Todo lo anterior viene a cuento a raíz de algunas cifras de los Presupuestos Generales del Estado para el 2017, presentados el pasado viernes. Entre la información facilitada destaca un aumento real del PIB del 2,5%. Y cómo, y a pesar de este crecimiento, continuaremos prestando recursos al resto del mundo, por un importe superior al 2% del PIB. Con ello se consolidaría una etapa insólita en la moderna historia del país: ligero superávit en el 2012 y, entre 2013 y 2017, una media anual del 2,0%. Ello no nos había sucedido ni en 1978-79, 1984-86 o 1996-97. Esta combinación de fuertes avances del PIB y superávits exteriores no se ha visto en expansiones anteriores, con la excepción de los gloriosos ejercicios de 1971-73, cuando aquella economía distaba mucho de la actual. Lo habitual por estos pagos, la norma histórica, prescribe que solo cuando se hunde la demanda interna aparece un cierto superávit exterior. No me negaran que haya que preguntarse por las razones de una economía que combina el mayor crecimiento del sur con un saldo exterior holandés o germano. 

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Lo sucedido apunta a factores cíclicos, que seguro desaparecerán, junto a otros de carácter más estructural, que esperemos se mantengan. Entre los primeros, destacan lo que he denominado vientos de cola, que han estado, y están, empujando nuestra economía desde el 2015. Y, particularmente, los benéficos efectos de los muy bajos tipos de interés sobre un país tan endeudado como el nuestro, así como los derivados de la caída del euro y del precio del petróleo. Todos ellos han contribuido a la mejora exportadora y a la reducción de los pagos al exterior por intereses. Pero, tarde o temprano, el BCE elevará los tipos, el euro se recuperará y parece que el petróleo debería también mejorar sus cotizaciones. Por ello, estos factores tenderán a moderar su positivo impacto y, finalmente, a desaparecer.

LOS CAMBIOS EN EL GOBIERNO DE LA EUROZONA

En cambio, el largo período de crisis ha contemplado modificaciones sustanciales que parecen tener un contenido estructural, de más largo plazo. Entre ellas, no es menor la de los cambios en el gobierno de la eurozona, con controles mucho más severos sobre los países problemáticos, tanto sobre las finanzas públicas como sobre los desequilibrios privados. Con esta fiscalización, hoy es difícil imaginar la acumulación del endeudamiento que nos condujo a la catástrofe en el 2008; o las crecientes pérdidas de competitividad entre 1997 y 2007. Tampoco es menor que sea el BCE el responsable de la supervisión bancaria y que el sistema de solución de crisis bancarias penalice a los acreedores privados de los bancos en problemas. Ambos cambios hacen, también, impensable una acumulación de crédito como la de los años dos mil.

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Pero también en el frente interno, las reformas de los Gobiernos de Zapatero y Rajoy, junto a un sufrimiento social indiscutible, han sentado las bases de una mayor estabilidad y un crecimiento algo más sólido. Las reformas laborales explican parte de la devaluación salarial, algo inevitable para un país que había perdido su divisa. Y, con ello, han contribuido a la mejora de la competitividad exterior: las exportaciones de bienes y servicios continúan batiendo récords históricos en relación al PIB situándose estos últimos años por encima del 31%. Y las reformas de pensiones y las financieras han dotado de mayor solidez al sector público y al bancario.

¿Va a continuar este modelo? No estoy convencido, porque como saben, la cabra tira al monte. Pero tengo para mí que el espanto que generó la posibilidad que el euro se hundiera por culpa nuestra, allá por los trágicos 2011 y 2012, va a hacer muy difícil que volvamos a descarrilar. No por convicción de que hayamos aprendido la lección. Sino porque quien seguro que la aprendió fue Alemania. De ahí nuestro calvinismo.