Peccata minuta

Callejero Rubianes

JOAN OLLÉ

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Así que han pasado cinco años, las autodenominadas viudas de Pepe Rubianes han reclamado al alcalde Trias que una calle barcelonesa reciba el nombre de su difunto esposo. Y yo me adhiero, al tiempo que pido para mi ciudad otras plazas, rondas, bulevares y avenidas que puedan apellidarse Vázquez Montalbán, Goytisolo, Gil de Biedma, Tàpies o Capri, por citar solo algunas personas mucho más próximas y simpáticas que el secretario Coloma (al que en su casa deben conocer) o el negrero Antonio López López, que dispone aún de plaza, bancos públicos, estatua y caca de paloma al lado de Correos.

Mi primera propuesta sería, a la espera de disponer de calle propia, dedicarle provisionalmente una esquina, aquella en la que se cruzan Aribau y Diputació, donde Pepe vivió muchos años, compró tabaco,  periódicos y compartimos muchas horas en El Oro Negro de la Nuri y el Tomàs, bar de tres letras donde se jugaba al ajedrez, también pasado a mejor vida. También podríamos dedicarle, ahora que flores y pájaros van definitivamente a menos, el primer tramo de la Rambla, donde se encuentra la Sala Pepe Rubianes. No me digan que no suena bien: Rambla Rubianes.

¿Y por qué no un paseo? El paseo Pepe, el que el galaico-catalán recorrió tantas veces, ya tarde en la noche o madrugada, desde el bar Raval de su querida Luci, de retirada a casa (o a casa de vete a saber quién), quizá arreglando el mundo del brazo de Carles Flavià o de la cintura de alguna de sus otras amables viudas.

Las dos Españas

O si eso de la independencia va a más, ¿por qué no poner su nombre a la feísima plaza de Espanya, en la que él tuvo el detalle de cagarse en la tele? Entendámonos: no se ciscó en la plaza, que eso es de perros, pero sí, como tantos, en una de las dos Españas, la heladora de corazones.

Otra opción sería, ahora que eso de la Monarquía se desliza rampa abajo día sí día también, arrancar (como hicieron en Mallorca con las placas que rezaban «avinguda dels Ducs de Palma») los mármoles que en la muy querida Barceloneta de Pepe anuncian «passeig de Joan de Borbó» y sustituirlas por otras que digan «passeig de Pep de Rubianes», y así, de paso, otorgamos a nuestro Pepito una póstuma distinción nobiliaria, que bien se la merece.

Si fue el alcalde Hereu, el de la consulta sobre la Diagonal, quien se comprometió ante la ciudadanía a bautizar un lugar de la ciudad con el nombre de nuestro amigo, bien estaría que Trias tomase ejemplo y sometiese a urgente consulta popular dónde ubicar el pasaje, plazoleta o malecón Pepe Rubianes, y así de paso nos vamos entrenando para la otra consulta, la de noviembre, mes de muertos.