Al contrataque

En la calle

ANA PASTOR

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Hace cola en la entrada de un comedor social. En la larga espera, observa a quienes la rodean. Hay familias, hay algunos que han llegado solos, otros que tiran de sus hijos pequeños y alguna anciana que ya no tira ni de su propia existencia. Van llegando poco a poco y se van colocando con resignación hasta la apertura de las puertas. Ella escucha las conversaciones y casi todas se centran en la mala situación económica y en lo que encontrarán para comer sobre la mesa al otro lado de la verja.

Llega un hombre con tres niñas pequeñas. Le preguntan si se ha quedado viudo y explica que su mujer está en el hospital a punto de dar a luz a la cuarta boca que alimentar. «La familia lleva una temporada, desde que los desahuciaron al faltar el trabajo, viviendo aquí mismo en la Asistencia, donde les han habilitado algún hueco para que el padre pueda dormir rodeado de su pandillita; así que se considera de la casa, tanto más cuanto que, chófer de oficio, aspira a una plaza del Ayuntamiento». Termino de leer esta historia y vuelvo a mirar, casi con incredulidad y por segunda vez, la fecha en la que fue escrita: 1934.

Joya periodística

La periodista Magda Donato decidió retratar la realidad del Madrid de entonces acercándose como una más a uno de los puntos de distribución de alimentos de la capital. El artículo fue publicado en el diario Ahora el 4 de marzo del citado año y se tituló En la cola de los hambrientos. Esta joya periodística ha sido recuperada ahora por Eduardo del Campo en el libro Maestros de periodismo.

Es uno de los muchos artículos en el que nos recuerda algo que parece una obviedad, como es que el periodismo debe estar en la calle y con la gente. Donato, que en realidad es el seudónimo de Carmen Eva Nelken, incluye en su texto sensaciones personales y retrata el dolor pero también ofrece datos oficiales que ha solicitado para dar a su lector una visión e información más completa («En 1933 se sirvieron en los comedores municipales de Madrid un millón y medio de raciones, o que de los 3.340 beneficiarios varones de larga duración registrados entre mayo y diciembre de 1933»).

Algunos entonces responsabilizaban de su desdicha simplemente a la mala suerte pero otros encuentran a los culpables en la clase política, «en esos diputaos, los del Congreso, que no piensan más que en colocarse ellos, tienen la culpa de que uno se vea como se ve, reducido a implorar esta limosna».

Han cambiado muchas cosas afortunadamente desde ese año de 1934. Nuestro país es otro en muchos sentidos. Pero leo a Magda Donato: «Personas acostumbradas a trabajar y que se ven privadas, siquiera sea momentáneamente, de la satisfacción de ganarse la vida». Y vuelvo a la página de inicio. Y vuelvo a mirar la fecha. Y pone 1934.