Califato medieval o reinterpretación del Corán

Azul blanco y rojo. Homenaje a París en la torre mas alta del mundo en Dubai

Azul blanco y rojo. Homenaje a París en la torre mas alta del mundo en Dubai / AJ/LP/

XAVIER RIUS

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La confirmación de que algunos de los autores de los atentados de París son descendientes de inmigrantes magrebíes a Francia Bélgica, plantea de nuevo y con razón, la pregunta de qué está fallando para que jóvenes de segunda o cuarta generación de inmigrantes abracen el yihadismo y el terrorismo .

Y ante esta pregunta se vuelve a repetir que las cosas se han hecho mal, que el racismo genera un sentimiento de exclusión que puede empujar a abrazar el radicalismo violento. Se recuerda el conflicto identitario de estos jóvenes que, a diferencia de sus padres que vinieron a Europa en busca de unas oportunidades y un bienestar, sólo encuentran rechazo y discriminación.

Es un hecho que un aspirante a un trabajo que se llama Mohammed tiene, de entrada, menos posibilidades de ser contratado que uno que llamado Jacques. Y entonces en su soledad identitaria algunos pueden buscar un lugar en el yihadismo violento, en una interpretación del Islam mucho más radical de la que tienen sus padres que, además, rechaza, todo lo positivo que sus abuelos vinieron a buscar en Europa.

Todo esto es cierto. Pero hay otra cuestión que a menudo se obvia: La incompatibilidad de las interpretaciones literales de ciertos fragmentos del Corán y los Hadits o frases atribuidas a Mahoma que forman parte también de la Sharia o ley islámica, con la libertad ideológica y de creencias, que es una de las bases de toda sociedad democrática. Hecho que se agrava por la falta de una autoridad que pueda reinterpretar esto o contextualizarlo.

Son muchas las religiones que han incitado en diferentes momentos de la historia en el odio hacia las otras y se han expandido por la fuerza de la espada; el cristianismo también. Pero la mayoría han dejado de luchar por la conversión forzosa del resto del mundo y sus autoridades religiosas han aceptado los valores de la libertad de conciencia y la libertad individual del ciudadano de creer o no creer. Y, aunque en judaísmo y el cristianismo haya corrientes que cuestionan los descubrimientos sobre la evolución humana, estas religiones ya no se oponen a lo que dijo Darwin y a vivir en una sociedad donde el ciudadano tiene derecho a creer y no creer.

En el Islam, desde su origen hay otro elemento de controversia. Podemos encontrar suras o versículos del Corán y los Hadits o frases atribuidas a Mahoma, totalmente contradictorias unas con otras. Las hay que llaman a decapitar a los infieles y otras a respetarlos. Las hay que dicen que hay que convencer por la fuerza, mientras otras dicen que dicen que en materia de religión no se puede imponer nada.

Mientras la mayoría de religiones han adaptado su doctrina a lo largo del último siglo y se han sometido a la autoridad civil. El islam no tiene califa o autoridad desde 1924 cuando Ataturk abolió la figura del sultán de Estambul. Sultán que, aún estando cuestionado, era el califa legítimo de toda la Umma o comunidad de musulmanes del mundo entero. Desde entonces el islam no tiene quien encarne una figura e institución que, al morir Mahoma comenzó con Abu Bakr como primer califa o sucesor del Profeta.

Los últimos años del califato de Estambul, Husain ibn Alí, Cherif hachemita de La Meca o guardián de los lugares sagrados, intentó ser reconocido sin éxito como califa. Y años más tarde la familia hachemita fue expulsada de La Meca por Abdelaziz bin Saud, de la Casa de los Saud, fundador de la actual Arabia Saudí, en la que imperaba el whabismo o interpretación más arcaica del islam. Y a pesar de no conseguir nunca el reconocimiento como califas, los Saud, como guardianes de La Meca, han ido imponiendo su visón medieval de un islam opuesto a cualquier cambio. Y el dinero del petróleo ha ayudar a difundir esta visión radical por todo el mundo. Dinero que también llegó a raudales en sus orígenes al Estado Islámico.

En algunos países, fueran las dictaduras socialista o nacionalistas árabes, fueran monarquías como la marroquí o la jordana, adaptaron o relativizar la interpretación estricta del Corán. Incluso la nueva constitución tunecina prohíbe la persecución de la apostasía. En Túnez ahora ya no está perseguido hacer público que se ha dejado de ser musulmán, o que se es ateo, o afirmar que muchas de las cosas que se dicen en el Corán o los Hadices son únicamente metáforas, o decir en público que no se puede cumplir de manera estricta el ayuno del Ramadán, o afirmar que se puede ser homosexual y musulmán. Pero ciertamente todo esto se opone a una interpretación estricta del Corán. Y aquí es donde aparece el llamado Estado Islámico o Daesh.

A diferencia de Al Qaeda que se limitaba al querer atacar a Occidente por su política en Oriente Próximo, Afaganistan o Palestina, de las cenizas de la equivocada guerra de Irak surge un insurgente suní, Ibrahim Awwad al-Samarra, que luego de romper con Al Qaeda encabeza una fuerza que, en lugar de limitarse a luchar contra los invasores, lo que quiere es recuperar el califato, la unidad de los musulmanes, y crear un califato o estado que comenzaría por Irak y Siria. Y este líder insurgente cambia de nombre y toma el de Abu Bakr, como el primer califa de la historia. Y a la vez que conquista territorios en Siria e Irak, llama al musulmanes de todo el mundo a sumarse a su califato ya luchar contra los infieles, y contra los mal musulmanes partes. Llama a purificar el islam y a extrenderlo en todo el mundo por la fuerza. El comunicado de Estado Islámico, por que se asume la autoría de los ataques de París y advierte que habrá más, comienza y termina con dos suras o fragmentos del Corán.

El magnetismo de sus proclamas, el uso muy estudiados de las redes sociales con sus impactantes vídeos, se convierten en un imán para jóvenes de todo el mundo que buscan una identidad sin fisuras, un grupo vencedor que los acoja, y una causa con la que dar sentido a las vidas, con la seguridad de tener como recompensa un lugar privilegiado en Paraíso.

Sin minusvalorar la lucha militar contra el Daesh en Siria e Irak, la lucha policial todo el mundo, y la necesidad de acabar con la discriminación que sufren muchos jóvenes de origen magrebí o asiático en Europa, la clave más eficaz para desactivar el Estado Islámico está en los propios musulmanes.

Es impensable hoy por hoy que reaparezca la figura de un califa legítimo aceptado por todos los musulmanes. Pero sólo cuando desde el mundo musulmán sean mayoritarias las voces que sin miedo a ser tratados de apóstatas, digan claro y alto que toda religión es verdadera si llama al amor universal, y que cualquier persona tiene derecho a creer y dejar de creer y , sobre todo, que nieguen la validez de aquellas suras o versículos del Corán que llaman a matar a los infieles, se podrá derrotar a los soldados del Califato.