La enseñanza fuera de las aulas

Calidad de la educación y tiempo libre

El ocio y cómo se llena es decisivo para la formación de los adolescentes con criterios de equidad

CARLES BARBA

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El derecho a la educación es uno de los fundamentales de la Convención Internacional de los Derechos de la Infancia, que hemos conmemorado estos días. Concretamente, el artículo 29 nos habla de que los niños tienen derecho a la educación «en igualdad de oportunidades», y el 31, al derecho a disfrutar del juego y el ocio. Hoy, en nuestro país, no podemos hablar de que estén garantizados estos dos derechos para una parte significativa de la población.

Es precisamente en los espacios de ocio, fuera de la escuela, donde se produce de forma más significativa la desigualdad educativa y donde se vulneran especialmente esos derechos de los niños en la medida que su acceso a las oportunidades educativas en el tiempo libre depende de factores socioeconómicos de las familias.

Hace unos días, en un debate celebrado en el Ateneu Barcelonès, la adjunta para la infancia del Síndic de Greuges hacía referencia al informe del derecho al ocio educativo que la Sindicatura elaboró el año pasado, en el que ponía de relieve las dificultades de acceso al mismo por parte de amplios sectores de la sociedad. Desde las organizaciones de ocio educativo de la Pincat (Plataforma d’Infància de Catalunya) y la Taula del Tercer Sector se reclamaban políticas públicas para resolver estas dificultades.

La escuela es una institución compensadora de desigualdades. Poco o mucho, y a pesar de que recoge y refleja las segregaciones presentes en la sociedad, iguala en la medida que se trata de un servicio universal y gratuito que nuestro Estado del bienestar garantiza a los ciudadanos desde los 3 hasta los 16 años.

En el caso del acceso al ocio y a las oportunidad educativas más allá del horario escolar, las desigualdades existen en estado puro y además se amplifican. Existen porque es el mercado quien regula el precio y es el poder adquisitivo de los padres y madres el que determina la posibilidad de participar en ese ocio. Y se amplifican porque no solo se vulnera la equidad en el acceso sino que aquellos chicos y chicas que no han tenido la posibilidad de participar en determinadas actividades educativas quedarán peor posicionados en términos de igualdad de oportunidades

Dos ejemplos claros: la vida cotidiana de los adolescentes de institutos de muchos barrios que cierran a las tres y pasan la tarde en casa tiene muy poco que ver con la de muchos otros que viven en contextos de familias acomodadas y que acceden a espacios de actividades, de crecimiento personal y de acompañamiento educativo. También las diversas ocupaciones en los periodos de vacaciones escolares conforman relatos asimétricos e historias personales muy distintas entre unos y otros.

No se educa solo en las clases de la escuela. En los espacios de ocio se desarrollan competencias, se aprenden habilidades para la vida y se educan actitudes y valores. La experiencia nos dice que lo que los niños y adolescentes viven en este espacio es a menudo muy significativo en su crecimiento y en la construcción de su itinerario vital. Podemos concluir que el tiempo libre es decisivo en la calidad y la personalización del proceso educativo.

Esta valoración es cada vez más compartida dentro de la comunidad educativa, pero también en las instituciones públicas y privadas que se ocupan de la formación de las personas y su inserción ciudadana y profesional. La investigación se encarga de confirmarlo de forma recurrente.

El tiempo libre es especialmente idóneo para el desarrollo de las inteligencias múltiples. También para el descubrimiento del entorno natural y social y su comprensión. En el ocio se adquieren a menudo las llamadas habilidades para la vida: el trabajo en equipo, la autonomía personal, la superación de las dificultades y la resistencia a las frustraciones, las habilidades comunicativas y relacionales, las actitudes de superación personal y proactivas. Finalmente, en los espacios de educación en el ocio se aprende  a convivir en la diversidad, por razón de edad, funcionalidad, procedencia escolar o contexto cultural y lingüístico. Se educan la empatía y la generosidad. La educación en el tiempo libre es una auténtica escuela de ciudadanía.

En un contexto de inicio de andadura de nuevos gobiernos municipales y de país, conviene recordar la paradoja de que los recursos públicos en materia educativa están centrados en el sistema educativo reglado de la escuela. Quizá habría que empezar a considerar seriamente la propuesta de la educación a tiempo completo, a lo largo y ancho de la vida. Si compartimos la idea de que en el ocio también se deciden la calidad y la equidad de la educación, será necesario que las políticas públicas aborden con determinación el apoyo a la educación en el ocio, y particularmente la lucha contra la desigualdad y la garantía de los derechos de los niños en este ámbito.