Geometría variable

El cálculo equivocado de Rajoy

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JOAN TAPIA

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El candidato del PP repite estos días: «Yo he cumplido con mi deber. Ahora falta que los demás cumplan con lo que crean que es su obligación». Y ha acusado al PSOE incluso de «jugar con la vida de millones de españoles» por no querer abstenerse en su investidura.

Pero la culpa de este indudablemente negativo retraso en la formación del Gobierno no es solo de Pedro Sánchez. A lo sumo está muy compartida. Mariano Rajoy hace ahora lo correcto: presentarse a la investidura porque es el líder de la lista más votada y le corresponde intentar encabezar el Gobierno. El gran error de Rajoy es haberse negado a hacerlo tras las elecciones del 20-D, cuando también era la primera lista. El argumento de que no tenía garantizados los votos necesarios no es válido, porque era su deber -si quería ser presidente- y porque ahora tampoco los tiene asegurados.

Si el 22 de enero Rajoy no le hubiera dicho que no al Rey, habría habido un debate de investidura a primeros de febrero. Fallido, sí, pero se habría activado antes el reloj de la democracia (el plazo para nuevas elecciones) y podría haberse abierto ya entonces un proceso negociador serio y duro. Como el que ahora será casi imprescindible cuando el candidato pierda el viernes la segunda votación. Con un Rajoy derrotado, quizá Sánchez también lo hubiera intentado (ya lo hizo, y sin éxito) y habría llegado el momento de la verdad.

La conducta del PP

Pretender que a la primera el PSOE facilite la investidura de Rajoy es ignorar no solo el rol del primer partido de la oposición, sino la historia reciente. Desde luego, no es nada acorde con la conducta de un PP que lo utilizó todo para derribar a Felipe González, que en el 2004 descalificó el triunfo de Zapatero atribuyéndolo a un atentado de ETA con disfraz islamista (recuerden a Aznar proclamando que los terroristas «no venían de montañas lejanas») y que luego acusó a Zapatero de desmembrar España (por un Estatut de Catalunya que consagraba la unidad), de «traicionar a los muertos» (por la negociación con ETA) y de ser el gran culpable de la crisis económica.

Rajoy le podía molestar (y no interesar) perder una investidura, pero como Sánchez no estaba por la labor, no tenía otra opción. Como al final, con siete meses de retraso, ha tenido que aceptar. ¿Por qué no lo hizo antes? Quizá por prepotencia o por miedo a que le debilitara ante su partido o ante unas nuevas elecciones. También porque apostaba a que al final el PSOE -por responsabilidad, para que hubiera Gobierno-no se podría resistir. Como ha pasado con Albert Rivera tras perder ocho diputados el 26-J. Pero lo que en Ciudadanos es lógico por ser un partido de centro con vocación de bisagra, lo es menos en un partido que históricamente ha encarnado a la izquierda y sufre la concurrencia de Podemos, más venezolano que europeo. Ni al PSOE, ni a nadie que quiera un mayor papel de España en la Unión Europea, le puede interesar que Pablo Iglesias encabece la oposición.

Rajoy apostó a que la presión no solo mediática (Sánchez habló ayer de chantaje) doblegaría al PSOE. A que ni le convenía ni necesitaba una negociación dura en la que iba a dejarse pelos en la gatera. Por eso tras el 26-J no quiso ni hablar de la presidencia del Congreso. Prefirió colocar a la fiel Ana Pastor, con cuyo marido ha hecho ostentación de amistad, para exhibir que lo controlaba todo.

Sánchez no ha querido pactar nada -está claro-, pero Rajoy no ha optado por negociar sino por imponer la abstención. Quien ni se abstuvo (al revés que CDC) ante el programa de rigor de Zapatero del 2010 quería ahora que el PSOE le hiciera de entrada presidente. Cálculo equivocado y de efectos negativos.