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La Caixa muda la piel, pero no la cúpula

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OLGA Grau

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Las torres negras de La Caixa están a punto de vivir su enésima transformación desde que se inició la crisis financiera hace un lustro. El 30 de junio del 2011 la entidad cambió el rótulo de Criteria Caixa Corp en su sede de la Diagonal de Barcelona por el de CaixaBank. El gesto simbolizaba el largo y sigiloso proceso de reorganización del grupo desde que Criteria salió a bolsa el 10 de octubre del 2007 (a 5,25 euros la acción, antes de que los mercados se desmoronaran) hasta que La Caixa usó este vehículo cotizado para traspasarle todo el negocio financiero y cambiar el nombre por el de CaixaBank.

Fue la primera caja de ahorros que se transformó en banco, o como le gusta explicar a su presidente Isidre Fainé, la primera entidad que empezó a ejercer su negocio financiero a través de un banco, de forma indirecta. Sin embargo, el rescate de la banca española y la tutela de Bruselas y los hombres de negro trajeron una nueva vuelta de tuerca.

El Gobierno español, a instancias de la Comisión Europea, legisló para que las antiguas cajas de ahorros no pudieran controlar directamente bancos. Era un castigo por los excesos y el daño causado a millones de ahorradores y contribuyentes.

Así, el ministerio que dirige Luis de Guindos aprobó una ley, que después se pulió en el Congreso y en el Senado, para que las cajas propietarias de bancos desparecieran y se convirtieran en fundaciones bancarias. Y este es el proceso que acaba de iniciar La Caixa y que culminará el próximo 22 de mayo en la asamblea general de la entidad. Otras, como KutxaBank, Unicaja e Ibercaja también seguirán el mismo camino.

La idea que subyace de fondo, aunque regirá un periodo transitorio hasta el 2016, es que la fundación y el banco no estén dirigidas por equipos idénticos, y que la fundación no tenga el control total del banco sino que vaya vendiendo acciones en el mercado. De esta manera, dentro de dos años CaixaBank tendrá que remodelar la cúpula a fondo y deberá contar con más accionistas.

Las cajas, modelo de éxito durante décadas, adolecieron de un grave problema de gobernanza, al contar en sus órganos de dirección con representantes políticos y miembros nombrados a instancias de entidades fundadoras, auténtico coladero de intereses particulares y corrupción. El segundo gran problema fue que la estructura jurídica de las cajas no les permitió ampliar capital ni ir a buscar dinero a los mercados, de ahí surgió la perversión de las cuotas participativas, preferentes y subordinadas.

Las cajas ya han pasado a la historia. Excepto Ontinyent y Pollença, o se han extinguido o se convertirán en fundación. Que lo que viene sea mejor que lo que dejamos atrás.