Caerse del guindo en Rusia

MARC MARGINEDAS

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Vasily Kolmogorov ocupó el cargo de vicefiscal general de Rusia hasta el 2004. Su oronda figura, donde predominan las líneas dionisíacas sobre las apolíneas, colmaba con generosidad el uniforme azul intenso que debe vestir el número dos del órgano judicial más poderoso de la Federación Rusa, con competencias como el lanzamiento de casos criminales en nombre del Estado.

Kolmogorov, a mitad de mandato cuando la fiscalía comenzó las primeras investigaciones del caso Yukos, se le conocía por su tendencia al acaloramiento. Antes de viajar entonces a España para pedir la extradición de otro magnate, Vladímir Gusinski, propietario, en ese momento, de la contestataria cadena NTV, y perseguido, al igual que Mijail Jodorkovski, tras la llegada de Vladímir Putin al poder, el verbo suelto de Kolmogorov acabó por pasarle factura: «Si hubiésemos tenido tanta fuerza como dicen, esa NTV no existiría ya; habríamos desconectado el interruptor, y se acabó», declaró en una lapidaria entrevista a un diario madrileño y a EL PERIÓDICO. Kolmogorov llegó a presentarse en Madrid para presionar a Baltasar Garzón, pero la Audiencia  Nacional  negó la extradición pedida por Moscú.

Gobiernos e instancias judiciales internacionales coinciden en estos días -en los que se acusa a Rusia de responsabilidad indirecta en el derribo del Boeing 777 malasio- en reactivar investigaciones, o en emitir sentencias que ponen en entredicho a la cúpula política y judicial rusa. Marina Litvinenko, viuda del exespía Aleksandr Litvinenko, envenenado con polonio-210 en el 2006, acaba de recibir con alborozo la noticia de que Londres abrirá una encuesta pública sobre la muerte de su marido. Hace un año y medio, otro Ejecutivo, encabezado también por David Cameron, maniobraba para excluir de las pesquisas material sensible, argumentando «interés público».

No parece probable que ningún ministro británico o juez del Tribunal Permanente de Arbitraje sea capaz de las torpezas o los excesos verbales del vicefiscal de Rusia en los 90. Pero este repentino interés en los temas rusos rememora, cuando menos, a ese aluvión de casos contra oligarcas de hace década y media en Moscú. Como si la comunidad internacional acabara de caerse del guindo, descubriendo que en el Kremlin se instaló una dictadura represora, capaz de todo por prevalecer.