Con fecha de caducidad

Las editoriales están retraduciendo textos que fueron vertidos al catalán en los años 80

John Kennedy Toole en Puerto Rico.

John Kennedy Toole en Puerto Rico.

JORDI PUNTÍ

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Hace unos días, en uno de sus tuits entusiastas, el polifacético Enric Gomà decía: “Los que leísteis el 'Satiricó' de Quaderns Crema, leed este 'Satíricon' de Adesiara. Son dos libros diferentes”. Gomà se refería a la nueva edición en catalán del clásico latino de Petronio, traducido ahora por Salvador Giralt, y que de alguna forma sustituye la vieja versión a cargo de Josep M. Pallàs en Quaderns Crema. Recuerdo haberla leído, hace más de 25 años, y entonces me divirtió mucho, pero es cierto que la lengua literaria evoluciona y las traducciones envejecen...

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Dándole vueltas al asunto, me doy cuenta de que este nuevo 'Satíricon' no es un caso aislado. No hace mucho se han retraducido 'La ciutat i la casa', de Natalia Ginzburg (Club Editor) y 'Dins una campana de vidre', de Anaïs Nin (Labreu) -títulos que la editorial Eumo ya había publicado a finales de los años 80-, así como 'Una confabulació d’imbècils', de John Kennedy Toole (Anagrama), que Pòrtic editó en 1988 con el título de 'Una conxorxa d’enzes'. Son la obra de otros traductores, pues, que actualizan el texto, y yo me pregunto cuánto tiempo tiene que pasar para que una traducción haya caducado. Depende de la calidad, claro, supongo que lo mismo en todas las lenguas, pero a la vez tengo la impresión de que 30 años es poco. Quizás esto explique la doble condición del mundo editorial catalán durante la transición democrática: el entusiasmo de una época en que los editores trataban de llenar lagunas literarias, y a su vez el titubeo en un modelo de lengua que aún no estaba consolidado.

La editorial Eumo, precisamente, es un buen ejemplo de la mirada despierta y curiosa de los editores de entonces. Entre 1987 y 1992, su colección Narratives, dirigida por Víctor Sunyol y Miquel Tuneu, publicó en catalán perlas como la antología 'Realisme brut', que dio a conocer a nombres como Raymond Carver o Richard Ford, las dos buenas novelas del poeta Philip Larkin ('Jill' y 'Una noia a l’hivern'), y obras de David Lodge, Massimo Bontempelli o Hermann Ungar, entre otros. Qué bendición. Los editores de hoy harían bien en zambullirse en ese catálogo perdido, antes de que sea demasiado tarde.