Los sábados, ciencia
Butantán
La investigación ha progresado mucho en Brasil, un país que lleva la ciencia en el corazón
Jorge Wagensberg
Facultad de Física de la Universitat de Barcelona
JORGE WAGENSBERG
Esta sonora palabra es el nombre de una de las instituciones científicas más admiradas dentro y fuera de Brasil, dentro y fuera de la comunidad científica. Cumple 113 años. Todo el mundo en ese país conoce el Butantán como el lugar donde le curan a uno de cualquier mordedura de serpiente, araña o escorpión. En la lengua nativa tupí, butantán significa tierra compacta. Durante la visita conocemos a los pacientes del momento. Cada uno tiene una singular historia de serpientes que contar. Pero todos sonríen a pesar de los aparatosos edemas en piernas o manos. El jefe del servicio clínico comenta que lleva 30 años en el puesto y que aún no ha visto morir a un solo ciudadano. El que llega aquí se salva.
Nunca he visto a una población tan orgullosa, tan enamorada y tan conocedora de la labor compleja y diversa de una institución científica. Durante la visita al serpentario se presenta una niña de 10 años acompañada por su padre llevando una pequeña serpiente en un frasco. «Traemos un poco de material de estudio», dice el padre muy serio. «La ha capturado mi papá», dice la niña muy sonriente. «Es un joven ejemplar de Bothropoides jararaca», sentencia el funcionario muy seguro. En realidad, para una identificación exacta ni siquiera necesita ver al agresor, sino que le basta con una ojeada a la herida del accidentado.
Mientras recorremos la exposición de serpientes vivas escuchamos la historia de la Ilha da Queimada Grande, popularmente conocida como Ilha das Cobras, digna de la literatura de terror y de aventuras. La isla es bellísima, está en la costa del estado de Sao Paulo, tiene solo 430.000 metros cuadrados y en ella vive la población de una de las serpientes más venenosas del mundo, la Bothrops insularis. La densidad de individuos es terrorífica: entre uno y cinco por metro cuadrado. No es extraño que la visita esté prohibida salvo con un permiso muy especial: es imposible caminar por sus bosques sin pisar alguna serpiente agazapada entre las hojas del suelo. A pesar de ello, está en peligro de extinción porque solo vive en la isla y la endogamia (lentamente) o un incendio (rápidamente) acabaría con ella para siempre.
¿De qué se alimenta esta superpoblación de serpientes? En la isla no viven mamíferos ni anfibios. Lo han adivinado: de las incautas aves migratorias que creen haber descubierto un paraíso (que se diría les invita a pensar incluso en abandonar su nomadismo para establecerse en la vida). Se comprende entonces el porqué de su potentísimo veneno. La picadura ha de ser fulminante. Si no lo fuera, los pájaros mordidos saldrían volando y caerían muertos al mar. Las historias de víctimas humanas en la isla hacen palidecer a cualquiera. Una serpiente se coló en casa del último farero y le mordió. La familia salió de la casa despavorida pero fue atacada por otros ejemplares que colgaban de los árboles. Sus cuerpos se encontraron desperdigados por toda la isla. En otra ocasión, un pescador se aventuró hacia el interior para recoger plátanos pero, a pesar de sus precauciones, sufrió una mordedura. En su carrera de regreso a la barca fue presa del pánico y sufrió unas cuantas picadas más. Su cuerpo fue encontrado a la deriva con claros indicios de haber intentado sangrar sus heridas. Nos la señalan con el dedo en uno de los terrarios: ahí la tenéis, es la también llamada terciopelo amarilla.
En el Butantán se investiga en biomedicina, se fabrican sueros antitóxicos y vacunas, se forma a cientos de científicos y clínicos y, además de la Casa de las Serpientes, el centro dispone de un gran parque y de tres museos para ciudadanos y turistas: el Museo Histórico, el Museo Biológico y el Museo Microbiológico. El Butantán acaba de convocar una comisión internacional de científicos y museólogos para debatir su futuro como institución científica y ciudadana. Su historia no puede ser más significativa, y su potencial, más ilusionante.
Brasil ha pasado de 4.000 artículos científicos internacionales en 1992 a 27.000 en el 2008. Según el director actual del Instituto Butantán, Jorge Kalil, el país ha pasado de ser el 0,8% de la producción científica mundial al 2,7%. Pero eso significa que todavía es el decimotercer país del mundo en producción científica cuando ya es la sexta economía del planeta. Innovación y economía no corren a la par, lo que es un indicio inconfundible de que hay que corregir el desfase. Antes de la crisis que todavía sufrimos, España era, se decía, la octava economía del mundo al tiempo que poco menos que el farolillo rojo de Europa en el tanto por ciento del PIB que dedicaba a la investigación. Cuando eso ocurre, nunca es solo por insensibilidad de políticos y administradores, también es por falta de química entre la sociedad y la comunidad científica. Brasil no lo tiene mal porque, gracias entre otras cosas a las serpientes, lleva la ciencia en su corazón.
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