Editorial

El 'bullying', un grave problema irresuelto

La lucha contra el acoso escolar es un camino de largo recorrido en el que es precisa la concienciación de todos

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El problema del acoso escolar, el bullying, no ha emergido en toda su crudeza y extensión hasta fechas relativamente recientes. Al igual que los malos tratos sufridos por muchas mujeres, el hostigamiento a escolares en situación de vulnerabilidad había sido considerado durante decenios un hecho normal, consustancial a la peor cara de la condición humana. La evolución de la sociedad ha permitido -al menos, en las partes más civilizadas del mundo- desterrar esta visión fatalista y afrontar el fenómeno para combatirlo y erradicarlo. Es una tarea en la que no hay resultados de un día para otro, por lo que es imprescindible la concienciación de todos los sectores implicados -fundamentalmente, los docentes y los alumnos, pero también los padres- y una política de inflexibilidad que consolide los avances y haga imposibles los retrocesos.

La encuesta más reciente de la Generalitat en los centros de enseñanza secundaria de Catalunya certifica que el problema del bullying no ha disminuido de forma significativa entre los chicos, y que entre las chicas incluso ha aumentado. Que en torno a un 10% de los estudiantes de 12 a 18 años -es decir, unos 40.000 alumnos- se hayan sentido víctimas en algún momento confirma que el asunto no es episódico. Y si bien es cierto que el acoso tiene una gradación amplia y a veces es difícil de objetivar -porque no es lo mismo un empujón o unos insultos en una discusión que un hostigamiento sistemático-, la respuesta no puede ser nunca la laxitud, porque las consecuencias son dramáticas. Además, las redes sociales, tan utilizadas por los escolares, son terreno abonado para multiplicar, con la impunidad del anonimato, las amenazas y la denigración.

La misma encuesta revela que los alumnos maltratados prefieren explicar su problema a sus compañeros antes que a sus padres o sus profesores, lo que tampoco es un dato alentador. Por eso hay que celebrar que cada vez más institutos catalanes se hayan dotado de un protocolo que promueve la solidaridad de los alumnos con el compañero que sufre bullying y, en caso de precisarse medidas radicales, opten por expulsar al maltratador en vez de trasladar a la víctima a otro centro. Es el camino correcto, porque la educación es antitética con la ley del más fuerte. La escuela no puede dimitir de su obligación de impartir dignidad.