Los SÁBADOS, CIENCIA

¿Es bueno o no que la población mengüe?

Lo razonable es un mundo con menos desigualdad en riqueza y educación y en el que la población se estabilice

PERE PUIGDOMÈNECH

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Los datos del primer semestre del 2015 indican que en España ha habido más defunciones que nacimientos y que en consecuencia la población española disminuye. Esta tendencia podría haber sido modificada por las migraciones que pueden producirse, ya sea hacia el interior o hacia el exterior, pero con la crisis la gente que emigra es más que la que se incorpora al Estado español. Las reacciones ante este fenómeno, que no es nuevo en nuestros lares, son contradictorias. Cabe preguntarse si debemos preferir que la población aumente o disminuya.

La cuestión la podemos considerar desde diferentes puntos de vista. Quizá el más antiguo proviene de los inicios mismos de nuestra especie. En sus orígenes, el número de humanos pudo ser muy reducido, vista la homogeneidad de nuestros genes. También debieron ser pocos los que salieron de África para poblar el resto del planeta. La tendencia ha sido siempre la de ocupar más territorio e ir creciendo todo lo que se podía. En el primer libro de la Biblia se dice: «Creced y multiplicaos». Lo hemos hecho con éxito. Disminuye la mortalidad infantil, la higiene y la medicina nos alargan la vida, comemos mucho mejor, en conjunto las guerras matan menos gente, y por lo tanto somos más.

Además de nuestra tendencia a multiplicarnos, hemos considerado que la economía debía crecer de forma indefinida, y eso hasta ahora necesitaba mano de obra. Algunos países con economías dinámicas como la alemana tienen también una natalidad baja y reaccionan con políticas de fomento de la misma. Francia lo hace con éxito desde hace tiempo y su población aumenta. Por otra parte, los países de tradición europea han desarrollado sistemas de protección de la jubilación que implican que los que trabajan paguen por los que han trabajado. Hasta ahora, los jóvenes que entraban en el mercado del trabajo han ido pagando por los que ya no lo hacen, que además alargan cada vez más su vida. Una sociedad en la que una proporción creciente de gente envejece y no trabaja tiene un problema para mantener el sistema, y se deduce que la población debe aumentar.

Pero si miramos el planeta en su conjunto, la población humana ha ido creciendo, lo ha hecho de forma exponencial en el último siglo y ya ha llegado a los 7.000 millones. Afirmar que este crecimiento no puede continuar indefinidamente debería ser una obviedad. Es difícil calcular el máximo de humanos que puede aguantar el planeta, pero que hay un máximo es evidente. Y además, nuestro estilo de vida demanda por persona unos recursos que en sí mismos son limitados. Las proyecciones que se realizan nos dicen que el proceso puede estar autorregulándose y que la población puede llegar a un máximo de unos 9.000 millones de humanos hacia el año 2050, pero que se hace de manera irregular. Prevén, por ejemplo, que la población disminuirá en Europa, en América del Norte o en Japón, los países con más actividad económica, y que seguirá creciendo en países del sur de Asia y sobre todo en África, donde están los países con menos riqueza. Por lo tanto, puede haber un cierto período en el que falte población en los países donde hay más recursos y sobre allí donde faltan. La consecuencia sería que se produzcan emigraciones, que es lo que ya está pasando en este momento.

Si extrapolamos las actuales tendencias se puede prever, por una parte, una extensión de la medicina actual a más lugares del mundo y que su desarrollo contribuirá a que nuestra vida se siga alargando. También podemos prever que el uso cada vez más extensivo de maquinaria y sistemas robotizados irá haciendo, digan lo que digan, que se necesite menos mano de obra y que los trabajos los pueda hacer gente de más edad. En algún momento, por tanto, que haya menos nacimientos que defunciones quizá sea una buena noticia.

Dentro de estos escenarios es posible que tengamos que recuperar las viejas ideas del reparto del trabajo y de un incremento del tiempo de ocio, para cuyo disfrute es esencial el nivel de educación. En las sociedades maduras que estamos construyendo, las parejas, y sobre todo las mujeres, deciden cuándo tener descendencia, y algunas deciden no tenerla. Los niveles de educación y de riqueza, y sobre todo de educación femenina, son elementos esenciales en esta estabilización, que llevará progresivamente a la sociedad más envejecida a la que deberemos enfrentarnos. Mientras, sin embargo, el nuestro es un mundo en el que donde hay más riqueza la población disminuye y donde hay más pobreza la población crece. Parecería razonable pensar que la solución sería tender hacia un mundo con menos desigualdades y donde niveles de riqueza y de educación razonables llegasen a todo el mundo, con su consecuencia de una población que se estabiliza en todas partes. Mientras llegamos a eso, las desigualdades que existen no dejarán de producir conflictos como los que vemos actualmente.