El (buen o mal) poder del capital

Las grandes corporaciones tienen más poder que cualquier Estado

Vivienda para refugiados de Ikea.

Vivienda para refugiados de Ikea. / periodico

OLGA GRAU

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ikea ha ganado el premio de arquitectura del 2016 con el diseño de una vivienda de 17,5 metros cuadrados, 80 kilos de peso, y 68 piezas que llega en paquetes planos con las instrucciones y las herramientas para construirla en 4 horas por un precio de 1.000 euros la unidad. El proyecto ideado por un colectivo sueco de diseñadores liderado por Markus Engman se expone en el MoMA de Nueva York a la vez que se encuentra instalado en campos de refugiados de todo el mundo sumando hasta 33.000 tiendas.

La idea ha surgido de la alianza entre Ikea Foundation y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para  los refugiados (ACNUR) ante la situación de hacinamiento y precariedad en la que viven las personas que huyen de guerras conflictos para quedarse recluidas en infiernos sin espacio ni tiempo. La paradoja de un diseño que merece estar en un museo como el MoMA y a la vez se instala como hogar de los más desesperados ofrece muchos elementos de reflexión sobre qué papel podrían (si quisieran) tener las empresas en la resolución de conflictos y en la búsqueda de soluciones para mejorar el mundo.

En un planeta globalizado en el que las grandes corporaciones tienen más poder que cualquier Estado, y de hecho, tensionan las legislaciones nacionales continuamente a favor de sus intereses, los ciudadanos deberíamos exigir tanto a las empresas como a nuestros Gobiernos. Si estas se nutren de la mano de obra educada por los Estados, de los recursos del planeta, y venden sus productos de consumo a esos mismos consumidores, su responsabilidad es  inmensa.

Durante la última semana una larga lista de firmas globales de Silicon Valley han iniciado una revuelta contra Donald Trump por su decreto de prohibición de la inmigración. Firmas como Google, Apple, Amazon, Twitter, Airbnb o Facebook han acudido a un tribunal de San Francisco para unirse a una demanda contra la política discriminatoria del nuevo presidente. En este caso concreto, es obvio que lo hacen porque el decreto perjudica sus intereses a la hora de contratar profesionales extranjeros. Pero a nadie se le escapa que el poder de presión de estas corporaciones es inmenso y que, trasladado a movilizar recursos para mejorar el planeta, sería más efectivo que las estériles reuniones del G-20.

Sin embargo, el poder económico sigue viviendo ajeno a su responsabilidad con la sociedad. Las escuelas de negocio deberían tomar nota e incorporar alguna asignatura sobre humanismo entre sus lecciones. Si una pequeña parte de la capacidad de innovación y de lobi de estos gigantes transnacionales se destinara a buscar soluciones a problemas al margen de la rentabilidad, el salto sería cuántico. Y digno de exhibirse en el MoMA.